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Aquí esto nunca había pasado

Por Pascal Beltrán del Rio

TIJUANA.– “Sólo le pido una cosa: no hable mal de mi ciudad”.

Eso escuché ayer, cuando apenas bajaba de un taxi frente al edificio del ayuntamiento, a donde acudí para tramitar mi acreditación de prensa para cubrir la crisis causada por la llegada masiva de migrantes centroamericanos a esta esquina del país.

Tengo 30 años viniendo a Tijuana como reportero. Fuera de 1994, cuando fue asesinado aquí Luis Donaldo Colosio, no había sido esta ciudad un foco de interés periodístico como lo es hoy.

Para que se dé idea, en la Oficialía de Partes del ayuntamiento me entregaron la credencial número 859.

Traté de dejar tranquilo a quien me había lanzado el exhorto cuando me vio acompañado de Armando Cedillo, camarógrafo de Excélsior TV, cuyos instrumentos de trabajo hacían obvio el motivo de nuestra visita.

No vengo a repetir consignas políticamente correctas, le aseguré, sino a ver de primera mano lo que aquí está ocurriendo.

Por cierto, no es poca cosa. Nunca, en la historia de Tijuana, se había cerrado el cruce fronterizo con Estados Unidos por tantas horas y dos veces en una misma semana.

Los locales hacen la comparación con el 11 de septiembre de 2001. Esa vez, recuerdan, el paso hacia San Diego se interrumpió por espacio de 15 minutos, en lo que el gobierno estadunidense trataba de entender quiénes eran los responsables de los ataques terroristas con aviones.

Los cierres de la frontera de los días recientes son inusitados.

Ésta es una zona binacional con decenas de miles de cruces al día, entre vehículos y peatones; con una población flotante que vive de uno lado y otro de la frontera y que va y viene, usualmente, de sur a norte en las mañanas y de norte a sur en las tardes. Mil quinientos millones de pesos diarios es lo que se comercia en un sentido y en otro a través de las aduanas locales.

Es también una sociedad bilingüe, abierta al mundo.

Los tijuanenses resienten las etiquetas que les han colgado desde el centro del país, como “xenófobos” y “racistas”. Y es que acá, en esta frontera, donde la enorme mayoría ha llegado a vivir desde otra parte, sabe que es absurdo rechazar a alguien venido de fuera.

Por ejemplo, aquí no tuvieron problema en dar cobijo a los migrantes haitianos que llegaron desde Brasil, donde los habían contratado con motivo de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y habían sido corridos por el gobierno del PT al finalizar la justa.

De un día para otro, se formaron grupos para dar ayuda a los haitianos y hacer que se sintieran bienvenidos. Unos cuatro mil de ellos se quedaron a vivir aquí cuando las autoridades estadunidenses les negaron el asilo.

Por otro lado, Tijuana es hogar de muchos mexicanos deportados por Estados Unidos. Centenares de ellos viven en tiendas de campaña en la zona conocida como El Mapa y otros lugares, y desayunan todos los días gracias a la solidaridad de organizaciones como la del Padre Chava.

Respecto de los centroamericanos, la situación se complicó por la llegada masiva. En muy pocos días, había cerca de siete mil de ellos. Toda la atención debió improvisarse. No hubo tiempo de asimilar el fenómeno.

“Nunca nos imaginamos que casi todos los que cruzaron la frontera en Chiapas fueran a venir para acá”, explica el alcalde Juan Manuel Gastélum. “Éste es el punto más alejado de la frontera. Aquí nunca había pasado algo así”.

Lo he comentado en entregas anteriores de esta Bitácora. Lo que se ha generado en Tijuana es un limbo migratorio. Los centroamericanos no quieren quedarse en México, pero no los reciben en Estados Unidos. Tampoco tienen medios para irse por su cuenta.

Por si fuera poco, la situación coincide con los días finales de la transición. El gobierno federal saliente ya se va y no le quedan ganas de enredarse en el tema y el que llega todavía no está en funciones. Una tormenta perfecta.

Ayer, algunos migrantes centroamericanos ya habían desistido de seguir aquí y prefirieron volver a su país, acogiéndose a los programas de retorno voluntario ofrecidos por el gobierno mexicano y organizaciones internacionales.

Otros, sin embargo, declararon públicamente que aquí se mantendrían, pues volver a sus países, asolados por la violencia, equivalía a una sentencia de muerte.

Son días de decisión. Los tijuanenses sólo quieren volver a la normalidad de una frontera abierta. Para la próxima administración federal esta crisis puede ser su primer éxito o su primer dolor de cabeza.

Información Excelsior.com.mx

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