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El año de Trump, derrotas, Rusia y odios

Por Jorge Fernández Menéndez

Seamos sinceros. Hace un año, cuando triunfó Donald Trump en las elecciones de EU pensábamos que el mundo estaba al borde de una crisis absoluta. Trump ha hecho buenos los pronósticos respecto a cómo gobernaría y qué intereses intentaría defender, pero ha sido un desastre en tratar de alcanzar su objetivos: ninguno de los grandes temas de su agenda del primer año se ha logrado imponer, salvo la designación en la Suprema Corte de un magistrado de ultraderecha. Pero en lo demás nada ha avanzado, mientras que las investigaciones de la trama rusa se acercan día con día al círculo más íntimo de Trump y al propio presidente.

Lo que sí ha logrado Trump es sacar del clóset a muchos de los prejuicios más lastimosos de la sociedad estadunidense. Ha vuelto “aceptable” el racismo, la violencia, la utilización de las armas. Todo aquello que era símbolo de un pasado que se quería dejar atrás, desde el proteccionismo hasta la cultura del carbón, desde el racismo más primitivo hasta el creacionismo y la negación del cambio ambiental, se han vuelto parte de la vida política y el discurso de la Casa Blanca. Es un retroceso de más de medio siglo en sus relaciones y vida social, del que mucho le costará salir a la Unión Americana.

En el mundo, mientras Trump intenta regresar a su país al proteccionismo y abandona posiciones estratégicas en el orden global (en parte porque lo ignora), es nada menos que el gobierno chino el que se propone encabezar la libertad económica y comercial (por supuesto que no la libertad política). En Rusia, celebran los cien años de la gran revolución socialista asombrados de que, después de tantas vicisitudes, de la derrota de la Unión Soviética, de la caída del muro de Berlín, de perder prácticamente toda Europa del Este, Trump les haya permitido (con el involucramiento en las elecciones de EU, con la sociedad comercial que mantienen tanto Trump y su familia como varios de sus principales funcionarios con el gobierno y las empresas de Vladimir Putin) obtener una victoria que nadie hubiera imaginado. Hoy el socialismo que encarnaron chinos y soviéticos está más que olvidado, pero sus sucesores se han convertido, uno, en el adalid del libre comercio y de la economía global, sin tener que cambiar ni un ápice su férrea política interna; el otro, sin resignar tampoco nada, ni siquiera una sanción comercial importante, conservando Crimea y su acuerdo energético con Europa, ha logrado monitorear y decidir desde las elecciones estadunidenses hasta la marcha de sus instituciones. Ambos, insistimos, a costo cero.

México no ha sufrido, más que en el terreno de la incertidumbre y obviamente en el del racismo y la discriminación hacia nuestros paisanos, los costos que se preveían con Trump. La realidad ha sido más fuerte que las ambiciones de su gobierno ni el muro se ha construido ni millones de mexicanos han sido deportados ni se ha acabado el TLC ni las empresas estadunidenses se han regresado a su país. México ha tenido una política inteligente ante la administración Trump y ha logrado contener las provocaciones del ala ultraconservadora, mientras ha logrado explotar en nuestro beneficio las evidentes contradicciones internas del gobierno y de las instituciones de ese país.

Si el futuro de México se jugará en las elecciones de julio próximo, también mucho del futuro estadunidense estará en juego dentro de exactamente un año, en sus comicios legislativos. Si el Partido Republicano pierde el control del Congreso, el destino de Trump estará sellado. Pero el odio, el rencor, el racismo, el desprestigio que ha sembrado costará años poder erradicarlo.

ELENITA Y PARIS

Pensé que nunca tendría que escribir algo así, pero tengo que reconocer que la socialité Paris Hilton le dio una verdadera lección de sensibilidad y solidaridad a la multipremiada y sobrevalorada Elena Poniatowska. Mientras la modelo iba al poblado de San Gregorio, el mismo en donde los habitantes corrieron al presidente municipal de Xochimilco por su inacción ante los sismos, y daba abrazos, cargaba niños, prometía la construcción de algunas viviendas, entregaba juguetes, ropa y edredones, Elena iba a Oaxaca y comparaba a las mujeres juchitecas con las modelos que en los años 30 fotografió Tina Modotti. Aquéllas, dijo eran flaquitas, las mujeres del Juchitán de hoy “son gordas y mensas”, y todo, porque, aseguró, toman cerveza (sic). Elena ofreció regaños, un toque de racismo y snobismo, pero nada de apoyo, ni siquiera de solidaridad, con las mujeres que son el sostén de su comunidad.

Para nadie es un secreto que Juchitán está sustentada en una sociedad fundamentalmente matriarcal, donde las mujeres cumplen un papel decisivo en el mantenimiento de sus familias, pero, sobre todo, en la cohesión familiar y social. Entre las juchitecas estéticamente, como en todos lados, hay de todo, aunque la pobreza y el trabajo rudo no ayuda siempre a cumplir con los parámetros de belleza que tiene la señora Poniatowska, pero le puedo asegurar que entre ellas no hay mensas. Hay mujeres trabajadoras, duras, intensas, que, como en pocos lugares de este país, tienen el control real de su comunidad. Mujeres que también, a veces, como le espanta a Elena, se echan sus cervezas. Información Excelsior.com.mx

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