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No seamos ingenuos, habrá consecuencias negativas

Por Ángel Verdugo

Una de las mercancías más socorridas y aceptadas ciegamente en toda sociedad, casi desde siempre, a pesar de los daños que genera y los errores que debido a ella se cometen, es la ingenuidad; ésta, no únicamente la hacen suya los novatos y quienes todo lo desconocen de materias y temas que son el centro de la vida en sociedad, sino también los experimentados, los conocedores o como suele decirse coloquialmente, también las chuchas cuereras.

El peligro de la ingenuidad es tal, que lleva al ingenuo perder el seso y abdicar de todo intento analítico que buscaría, además de conocer las causas de una posición u otra de una persona, entender por qué desecha toda explicación objetiva soportada en datos duros.

La ingenuidad pues, para decirlo pronto y claro, es el mayor peligro al que se enfrenta todo aquel que debe tomar decisiones; esto, nada tiene que ver con el tema de la decisión, y tampoco la posición económica y social del ingenuo.

Sin embargo, dado por sabido y aceptado el daño que la ingenuidad produce en todos los casos cuando la colocamos por encima de la objetividad, hay espacios donde el daño es inmenso debido a las consecuencias que acarrea perderla para colocar en su lugar la ingenuidad. Uno de esos espacios es la política; es más, para ser específico, diría que es la gobernación.

¿Cuántas veces no hemos visto a personas cuerdas y sensatas, analíticas y frías, perder el seso ante un demagogo que promete todo a sabiendas que no cumplirá una sola de sus promesas? ¿Qué lleva a éste o aquel político a elogiar de manera desmedida por su lealtad a toda prueba, a un personaje cuya fama pública de saltimbanqui de la política es bien sabida? ¿Cómo alguien sensato y juicioso presenta ante una audiencia al que califica de honrado e incorruptible, pero se le conocen corruptelas de todo tipo y una fortuna de dimensiones ofensivas hecha al amparo del poder?

¿Acaso estamos ante un caso típico y frecuente de ingenuidad, o de la bien conocida y entendible —mas no justificable— complicidad entre bandoleros? ¿Ingenuidad, o simple y descarada relación entre quienes han hecho del servicio público instrumento de enriquecimiento rápido en la mayor de las impunidades?

La ingenuidad es, finalmente, una conducta difícil de combatir porque, como muchos afirman, es producto de la buena fe. Es frecuente escuchar esto: Sí, es cierto, afirman, fulano es un sinvergüenza y traidor —todo un pillo—, pero cómo reclamar a mengano que lo haya recomendado para ese puesto porque, ingenuo como él solo, le creyó a aquél todas sus mentiras.

En consecuencia, de cometer alguien una tontería o estupidez grave, pero de buena fe, ¿debemos no criticarlo sin importar sus motivaciones? Si lo hiciere de buena fe, ¿todo debe serle perdonado? De no ser así, ¿cómo criticarlo o exhibirlo? Ante situaciones como la señalada en el párrafo anterior, ¿qué hacer? Es más, ¿cómo actuaría usted, de presentársele una situación semejante?

Veamos ahora una situación concreta, la cual se presenta en los tiempos que corren. ¿Es usted de los que piensa que las promesas que hace López son hechas de buena fe, que él es sincero en sus planteamientos y no un político al viejo estilo, que miente a sabiendas de que nada cumplirá? Es decir, ¿sus promesas tienen por objeto, sólo engañar para obtener el respaldo de los ingenuos que creen en su buena fe?

¿Qué piensa usted cuando amigos o colegas le intentan hacer entender, con elementos racionales y objetivos, que López miente de manera perversa? ¿La ingenuidad de la que hace gala usted, basta para desechar argumentaciones sólidas y coherentes?

¿Qué deberíamos hacer entonces, ante tanto ingenuo que por ahí circula? ¿Acaso debemos esperar a la debacle de nuestra economía para que la ingenuidad sea criticada y condenada? Es decir, ¿esperaremos a la autopsia para saber qué mal padecía el difunto?. Información Excelsior.com.mx

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