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¿Por qué no aceptan, unos y otros, la realidad?

Por Ángel Verdugo

¿Y cuál es ésta? Que no hay ni habrá recursos que alcancen para tanto desatino y tanta ocurrencia de ambos lados y temen, las dos partes, de aceptarla y obrar en consecuencia, ser borrados políticamente del mapa durante varios años.

En los tiempos que corren y dados los vientos que soplan en el mundo en materia económica, el gran temor de todo gobernante es no tener muchas opciones frente a la realidad en materia de necesidades de los gobernados y sus exigencias, dado el monto reducido de los recursos disponibles para satisfacerlas.

No son pocos los países donde, no obstante las condiciones económicas actuales, los gobernados (casi todos) exigen la satisfacción inmediata de todas sus necesidades, sin tener, además, que pagar algo por esa acción gubernamental. Si bien las masas de pedigüeños exigentes –de todo y para todos sin que se les exija algo a cambio, por pequeño que fuere– saben que eso es imposible, poco o nada les importa.

Es tan absurda su exigencia y tanta su desvergüenza al querer vivir siempre de la dádiva gubernamental y las entregas en efectivo por ésta o aquella razón, que no dudan en ejercer la violencia más irracional con miras a doblegar al gobierno, el cual, en una primera instancia –desde la sensatez y la restricción presupuestal– busca infructuosamente una salida política, la cual es imposible debido, casi siempre, a lo absurdo de la mayor parte de las demandas planteadas por aquellos grupos.

La irracionalidad que dejan ver con sus exigencias –aquí, allá y más allá– estos grupos de vividores, y por más esfuerzos y concesiones que hagan el gobierno y el gobernante, en modo alguno aquélla se ve reducida, pues nada satisface sus exigencias. Todo indica que lo único que los mueve es, no otra cosa que la destrucción; parecen buscar, más que regresar al atraso y la marginación, y pobreza de los muchos de hace unos cuantos años, sólo la satisfacción perversa de regodearse en la violencia absurda que sólo cesaría una vez alcanzada la destrucción de buena parte de los logros alcanzados.

¿Qué respuesta dar a la conducta irracional del que exige lo imposible? ¿Qué oponer a los que no razonan y a toda propuesta responden con la violencia destructiva sin algo racional para proponer? ¿Acaso la renuncia cobarde del gobernante al encargo para el cual fue elegido democrática y legalmente, satisfaría aquellas peticiones absurdas y resolvería problemas ancestrales en materia de pobreza y marginación?

Es evidente que la solución de esos y otros problemas consecuencia de la pobreza, no se logra como resultado de la renuncia o destitución del gobernante; lo que es cierto, es que renunciar los complicaría y también, que la solución casi mágica que los destructores de lo que encuentran a su paso exigen, la aleja del punto donde estaba antes de los disturbios.

¿Qué oponer entonces a la comisión masiva de delitos de índole diversa al no poder dar solución inmediata a lo exigido? Lo único, aun cuando sonare a viejo y desgastado cliché, es la ley y hacerla respetar sin distingo alguno.
Un elemento importante de esta respuesta es no otorgar impunidad bajo la premisa de que se está frente a un movimiento social, no ante disturbios y la comisión de delitos por quienes gozan violar la ley más que encontrar solución a los problemas.

Sin embargo, dado que casi todos los países de América Latina carecen de una institucionalidad respetada y fuerte, y de una sólida cultura de la legalidad que permitiría, con la ley en la mano enfrentar a estos delincuentes, aquella solución es hoy, ilusoria. De ahí pues, que la salida fácil sea la impunidad que estimula la comisión de nuevos delitos, siempre cobijados con la excusa de no haber cumplido sus demandas.

La aplicación de la ley sin distingos es la salida obligada en una economía abierta bajo un régimen democrático. Ceder al chantaje con justificaciones hipócritamente sociales estimula la comisión permanente de delitos; además, las consecuencias de contemporizar con estos delincuentes minan, en corto tiempo, la confianza imperativa para atraer inversión.
Al perderse ésta, el país entra en un círculo perverso, el cual castiga más a los que nada o muy poco tienen.

No tardará mucho el impacto negativo que afectará el clima de negocios en Chile; ¿quién sería entonces el responsable?
¿El neoliberalismo o los delincuentes y el gobernante que recula?. Información Excelsior.com.mx

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