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Presidente, ¿qué debe pasar para que corrija el rumbo?

Por Ángel Verdugo

Escribo esta colaboración para Excélsior el sábado por la noche, justo al terminar el acto en Tijuana donde, López y una manada de seguidores babeantes y sin sentido alguno de la dignidad personal y profesional aplaudían —no con mucho entusiasmo debo decir—, cual foca desganada en un acuario, las afirmaciones carentes de toda veracidad de López y de casi todos los que, de su ronco pecho, echaron al aire un torrente de mentiras burdas y lugares comunes de lo más cursi, que sus intervenciones fueron de pena ajena.

Lo que los discursantes pronunciaron —con motivo de las negociaciones celebradas entre funcionarios de ambos países en Washington estos últimos días— no podrá ocultar, o siquiera desdibujar, la verdad de lo sucedido en la capital de Estados Unidos.

En relación con el desempeño de los integrantes de la delegación mexicana, varias cosas han quedado demostradas fehacientemente estos últimos días; primero, la incapacidad de un numeroso grupo de burócratas que manejaron datos equivocados, y sólo fueron a hacer bulto. Después, una vez que debió regresar a la mayoría de ellos y ya en la etapa de las decisiones o si lo prefiere, la etapa donde los funcionarios norteamericanos les dictaron lo que debían aceptar, se dio la impresión de que los únicos que se quedaron fueron Ebrard, la embajadora y el que se robó el show: Lord Cacahuates.

Después de leer el Comunicado del Departamento de Estado, al margen de lo que dijeron la tarde del sábado en Tijuana —tanto López como los otros discursantes—, poca o nula importancia tienen sus palabras. Lo que importa a partir de ahora, no son los discursos sino las acciones que dejarán ver un gobierno postrado, y un equipo cuya preparación y conocimiento de la práctica diplomática dará mucho de que hablar en el seno del Servicio Exterior Mexicano, de lo que jamás debe hacer un equipo negociador en representación del Estado mexicano.

Hoy, más que en cualquier otra ocasión, quedó demostrado —sin dejar el menor resquicio para duda alguna—, que las palabras dichas al calor de la euforia que produce el mitin o estar arriba del templete arengando a la multitud de babeantes e hipnotizados seguidores, lo único que provocan más parece grito de cavernarios que la expresión de apoyo de ciudadanos conscientes que comprenden, a cabalidad, la importancia y consecuencias de lo planteado por los oradores.

Las palabras pues, dichas al calor del grito y la consigna fácil, al poco tiempo son olvidadas, o simplemente dejadas de lado para que los que sólo entienden vivir del gasto público y las dádivas diversas que los gobernantes les lanzan para mal sobrevivir, sigan babeando ante el que viene a seguir prometiendo lo imposible: es posible vivir sin trabajar, sólo con las dádivas del gobierno. Piensan estos, en su desesperación algunos y otros en su sinvergüenzada, que el que promete darles todo a todos dice la verdad y les cumplirá aun cuando sepan, ambos, que es una mentira más que evidente lo que con voz meliflua les promete.

Ante lo visto y padecido estos seis meses últimos, ¿tendrá consecuencias para la gobernación lo que el presente gobierno lleva a cabo? ¿Acaso tantas promesas hechas sin el menor sustento técnico, sobre todo sin los recursos para sufragarlas de manera sana, podrían seguir siendo parte del discurso del gobernante?

Sin duda alguna podrían serlo, pero ¿deberían? Ante los mensajes que día tras día envía la realidad, tanto al gobernante como a su gabinete, ¿debe el gobernante seguir con su estrategia de mentir y mentir? ¿Es sano para la gobernación, más en los tiempos que corren?

Una vez terminado el acto de Tijuana y recordar las notas tomadas de algunas de las intervenciones, no puedo menos de señalar el papel de comparsa del presidente del Consejo Coordinador Empresarial. ¿Y qué decir de el gran negociador Ebrard y de las palabras de López? Mención aparte merecen el pastor y el sacerdote; ¡qué forma de prostituir el mensaje de sus respectivas religiones!

¿Qué debería seguir para que lo visto que raya en la insania, sea corregido de raíz? ¿Acaso no nos queda otra salida que esperar la debacle? ¿No es suficiente estar ya al borde del precipicio? ¿En verdad piensan —López y Ebrard, y Salazar y el gobernador de Querétaro—, que los elogios almibarados tuvieron razón de ser?

Es más, ¿piensan que la verdad de lo sucedido jamás se conocerá? Información Excelsior.com.mx

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