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Sumak kawsay

Por Víctor Beltri

La trama está dispuesta. La sumisión del presidente de la Corte ante el titular del Ejecutivo, mostrada sin pudor durante los días pasados, remueve un obstáculo más en la carrera por el poder absoluto —y el cambio real de régimen— emprendida por Andrés Manuel López Obrador.

Poder absoluto, con un propósito muy específico. El Poder Legislativo está controlado, y el presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados presume, como un logro, que López Obrador esté satisfecho con su trabajo. El Poder Judicial se ha rendido, la oposición está pasmada, los empresarios no terminan de entender el juego. Los maestros están en la bolsa, los contrapesos han desaparecido. Las clientelas reciben su estipendio mensualmente. Todo está listo, ahora, para el cambio de régimen.

Un cambio de régimen que nadie ha tomado, realmente, en serio: la Cuarta Transformación pretende ser mucho más que el membrete de un sexenio, en el ejercicio de alternancia inherente al sistema democrático que hemos construido en las últimas décadas. Un sistema que funciona, y cuya eficiencia dio como resultado la llegada pacífica al poder de quien hoy se lava las manos ante tropelías como la de Baja California. Un sistema democrático que no le importa, como tampoco le interesa el sistema jurídico, o el económico que —incluso— desprecia. En su concepción del mundo todo debería de funcionar de manera distinta: quienes no se someten a sus designios, moralmente son la nada. Nada. ¡Nada!

Todo está listo, en un camino cuyos hitos han sido señalados por el propio Presidente, y a los que se aproxima mientras acumula poder, y niveles de aprobación que no hacen sino incrementarse, a pesar de los errores cometidos y el viraje total en algunos temas. Lo que sigue es el 2021, año en el que planea consolidar su poder en la elección intermedia, así como su popularidad, con la pretendida revocación de mandato y la anunciada celebración de la Reconciliación Histórica, para la que ya anticipó que espera disculpas de España y el Vaticano e, incluso, el retiro de la excomunión —de una religión que no profesa— para los héroes patrios.

Así, Andrés Manuel terminaría el 2021 no sólo con poder absoluto, sino con el capital político —y la inflamación patriótica— suficiente no para reelegirse —intentarlo violaría la Constitución y daría argumentos a sus adversarios— sino para convocar a un nuevo Congreso Constituyente al acercarse el fin de su periodo, y que daría como resultado un sistema que sí le acomode. Un nuevo constituyente, como ha sido mencionado —de manera recurrente— tanto por él como por sus colaboradores más cercanos y que, incluso, es la columna vertebral del movimiento que encabeza René Bejarano, mismo que tiene como objetivo la instauración de un nuevo orden institucional basado en la doctrina del Buen Vivir. Sumak kawsay, en lengua quechua.

Por Venir el Buen Vivir. Como en el Ecuador de Correa o la Bolivia de Morales, donde los gobiernos llegaron al poder, respectivamente, en virtud de una “revolución ciudadana” y una “revolución democrática y cultural” que culminaron en procesos neoconstitucionales que se basaban en la visión de un solo hombre, y lograron convertir lo que no eran sino ideologías en sistemas de gobierno, ante la mirada atónita de una oposición que no fue capaz de ponerse de acuerdo entre sí, y terminó arrasada, mientras seguía mirando los árboles antes que darse cuenta del bosque. Y sin mañaneras. Información Excelsior.com.mx

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