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Con este mismo amor, que me hace tanto mal

Por Félix Cortés Camarillo

Todos los años, éstos son los días en que el cuerpo —cada vez con mayor intensidad— nos cobra los excesos que cometimos en su contra, particularmente en los consumos de bebidas alcohólicas y de alimentos grasos y dulces. Los venezolanos llaman a ese fenómeno ratón, los argentinos resaca; los mexicanos cruda.

Por analogía, los malos comportamientos acumulados provocan la sensación de un arrepentimiento insaciable que llamamos cruda moral. Es ella la que provoca la serie de buenos propósitos individuales que dentro de un par de semanas serán abandonados junto con la nueva caminadora, la membresía a un gimnasio o la adopción de una dieta.

Esta vez la situación es diferente. Los mexicanos tenemos que asumir en lo colectivo culpas en las que no incurrimos como individuos, pero que vamos a pagar como sociedad.

A nivel global nos encontramos inmersos en un mundo que no nos preguntó para ver intensificadas manifestaciones cotidianas de intolerancia en su forma extrema, el terrorismo. Se nos ha hecho costumbre despertar con las noticias de atentados de hombres bomba en lugares que ya no podemos considerar lejanos o ajenos. Ankara o Berlín están a la vuelta de la esquina. El país más poderoso del mundo, del cual dependemos en línea directa, se enfila a lo que promete ser una administración siniestra, irracional y torpe en su brutalidad, que como primeras consecuencias afectará el equilibrio comercial de México con Estados Unidos y ha puesto ya a millones de mexicanos a uno y otro lado de la frontera en el ánimo del temor.

Carlos Slim, el rey Midas de nuestro país, ha sugerido ver soluciones en donde todos vemos problemas. Tiene razón cuando apunta que lo que debemos hacer es apropiarnos del ideario Trump y aplicarlo en México. Si el nuevo presidente norteamericano subraya la necesidad de consumir lo hecho en Estados Unidos y darle trabajo a sus paisanos, ¿qué de malo tendría impulsar el comercio interno consumiendo lo que hacemos nosotros y darle trabajo a los mexicanos aquí para que no tengan que ir a buscarlo al otro lado de la raya?

Que no es tan fácil.

Para que los mexicanos nos lancemos a comprar cosas mexicanas necesitamos ganar más pesos mexicanos, y los productos mexicanos deben ser accesibles al consumidor y su calidad y presencia en los mercados satisfactorias. Esas circunstancias se plantean hoy, al iniciar el año, sumamente alejadas de realidad: el brutal incremento a los precios de los combustibles —que solamente los ingenuos y los propagandistas del régimen creen reversible en el mediano plazo— ha de lanzar la inflación a los dos dígitos, reduciendo de manera drástica el poder adquisitivo de los mexicanos y mandando a la economía nacional a un estancamiento o, incluso, a una regresión. Ningún análisis podrá revertir esa implacable tendencia.

Lo peor no es que este callejón no tenga salida o que la opinión que va generalizándose es que solamente un cambio sustancial de gobierno para que la mano dura de los militares se haga cargo podría darnos alguna esperanza. Lo peor es que los mexicanos estamos convencidos de que fuimos conducidos como ganado al matadero por líderes ineptos y, por lo menos, amorales. Si en lo individual nos resignamos a sufrir las molestias de la cruda es porque sabemos que son pasajeras y que fuimos nosotros mismos con nuestra conducta los que las provocamos.

En lo colectivo, no. Si acaso, somos pecadores por omisión. Con nuestro voto —o, mejor dicho, por no votar activa e inteligentemente— retacamos al Congreso con numerosos, innecesarios y bien cebados diputados y senadores de solícita y veloz mano aprobatoria para lo que el Ejecutivo guste mandar y para aumentarse salarios, prebendas, prestaciones y bonos de fin de año. Con nuestro voto y sin él dejamos llegar a los puestos ejecutivos a personas de escasas luces y menor interés en el bien común.

Sé que no va a cumplirse.

Esa convicción intensa sólo hace que mi deseo de un año mejor para todos ustedes sea más firme. Información Excelsior.com.mx

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