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La vacía promesa de los outsiders

Por, Pascal Beltrán del Rio

El sábado pasado se cumplió el primer año del gobierno de Jimmy Morales en Guatemala.

La llegada de este cómico a la Presidencia del vecino país se dio como resultado de la investigación que enfrentó en 2015 el entonces presidente Otto Pérez Molina, quien debió renunciar y fue encarcelado por cargos de corrupción. Pese a no tener experiencia política, Morales tuvo entonces el camino abierto al poder y el 25 de octubre de ese año ganó fácilmente la elección, en segunda vuelta, a la exprimera dama Sandra Torres.

La lógica que guió a los votantes guatemaltecos es que la corrupción sólo podría ser erradicada por alguien que no había participado en política, por un outsider. Sin embargo, los hechos les han demostrado que elegir a alguien de esa característica no basta para desterrar el aprovechamiento de los cargos públicos con fines personales.

En septiembre pasado, el hijo y el hermano del presidente Morales fueron encausados al destaparse un escándalo de facturas falsas, en el que estaría también involucrada una exservidora pública detenida por crear plazas fantasma. El caso ha caído muy mal en Guatemala y ha contribuido al desplome de la popularidad de Morales, quien hizo campaña por la Presidencia con el lema “Ni corrupto ni ladrón”.

El proceso contra el presidente Pérez Molina se realizó con el apoyo de la ONU, a través de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala. El encarcelamiento del militar retirado fue celebrado a nivel mundial —incluyendo México— como ejemplo a seguir para derrotar la corrupción.

Sin embargo, los resultados —al menos a esta fecha— no han sido los esperados.

En casi todo el mundo existe un sentimiento de rechazo contra los políticos tradicionales. En muchos lugares, éstos han sido corridos del poder para ser reemplazados por personas con una experiencia modesta en el servicio público o, de plano, sin ella. Así ganaron las elecciones el propio Morales; el gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez, El Bronco; el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, y el empresario inmobiliario neoyorquino Donald Trump, quien el viernes tomará posesión como Presidente de Estados Unidos.

¿Qué los une a todos ellos? Que hicieron campaña contra la corrupción y prometieron meter a la cárcel a los funcionarios que han incurrido en ella. En todos esos casos, los electores han sido seducidos por este canto de sirenas populista.

Y hoy comenzamos a ver los resultados de este estilo de hacer política desde la antipolítica: más de lo mismo o peor.

El enojo de las sociedades es entendible. Los partidos que han sido barridos por estos movimientos de rechazo tienen bien ganado su desprestigio y su castigo. Pero la furia que han desatado no ha dado lugar a una reflexión sobre cuál es el problema.

Éste es de instituciones, no de personas. Cuando las instituciones dejan de servir a los ciudadanos, deben ser reformadas o sustituidas. No es suficiente que llegue al poder alguien con las mejores intenciones. Si el cambio no es institucional, tarde o temprano el personaje en cuestión acabará siendo parte de las prácticas de siempre o tolerándolas.

Al menos, ésa es la conclusión que podemos sacar de los casos recientes. Y no hay razón para pensar que ir por ese camino nos llevará a resultados distintos.

En México, mucha gente sigue convencida de que los problemas del país comienzan y terminan en la Presidencia de la República. Que si escogemos bien en 2018, mágicamente se acabará el patrimonialismo. Por desgracia, hemos visto que la alternancia no arregla las cosas por sí misma. De 1989 a la fecha, el país ha tenido medio centenar de alternancias en las gubernaturas; y entre 2000 y 2012, dos cambios de partido en la Presidencia. Sería injusto decir que el voto de castigo no nos ha traído nada bueno, pero claramente las expectativas no se han cumplido.

Hay quien quiere culpar de ello a la democracia, cuando ésta es sólo un instrumento para lograr mejores condiciones de vida. Parte de esa mala fama la generan los populistas que llegan al poder montados en las olas del descontento popular, pero los ciudadanos también tienen su responsabilidad: toca a todos resolver los problemas comunes sin esperar a que venga un salvador a solucionarlos por nosotros.

Porque, ¿sabe qué? Eso no sucederá. Información Excelsior.com.mx

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