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Cuando la aspiración oculta la realidad

Por Jorge Fernández Menéndez

El proyecto es impecable: un país con una vida pública moralizada después de años de malos manejos, una economía que mire por los que menos tienen, que apoye a las familias, pero también a la iniciativa privada y las inversiones, un sistema de salud para todos, una seguridad pública que no recurra necesariamente a la violencia y que respete los derechos humanos, potenciar la educación, la ciencia y la cultura y un irrestricto respeto a la división de los tres Poderes de la Unión.

El problema es el de siempre: la distancia que existe del plano estratégico, ideal, al de las políticas públicas y su aplicación cotidiana. Es la distancia que existe entre lo que se dice y la realidad.

Como sucede con todos los movimientos políticos que se sienten fundacionales, revolucionarios (en cualquier sentido), los objetivos originales terminan siendo inapelables, irrefutables, son parte de una narrativa que no se modifica, aunque cambien las circunstancias. Lo dijo ayer el presidente López Obrador en su informe: a él no lo cambiarán, no lo van a apartar de su esencia, de su visión de país, está en marcha una nueva política económica, un nuevo modelo de país, una revolución de las conciencias. Cuando el proyecto de gobierno aspira a cotas tan altas, la realidad cotidiana importa poco; si el mundo marcha en otra dirección, es que el proyecto es único, inédito, un ejemplo mundial, se hable lo mismo de la seguridad, la economía o la salud.

Lo cierto es que, ante semejante objetivo estratégico, todo palidece. Pero lo que sucede en tierra firme es que la economía está muy lejos de una recuperación en V como aspira el Presidente: comenzamos una recuperación muy lenta y, como sostuvo el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, la semana pasada, el año próximo será durísimo ante la peor crisis del último siglo. Hay millones de personas sin empleo: al basarse en los números del IMSS (que ya de por sí son terribles) olvida que más de la población económicamente activa del país vive en la economía informal. Los daños de la crisis en ese ámbito apenas los comenzamos a ver. Dice el Presidente que se han ahorrado 560 mil millones de pesos con la austeridad, pero lo cierto es que ya se agotaron, como también lo hicieron el Fondo de Contingencia y muchos de los fideicomisos y otros ahorros: no hay ya “guardaditos”, diría el propio Herrera.

Lo cierto es que se gasta más y se produce menos. Es verdad, como dijo el Presidente, que la mayoría de los empresarios han mantenido los puestos de trabajo, pagan sus impuestos, mantienen sus inversiones. Pero si la economía no crece lo suficiente, los ajustes serán irremediables, los impuestos representarán cada vez menos ingresos públicos y las inversiones decrecerán. A veces desde el gobierno se olvida que el dinero que se ejerce no proviene de recursos propios, dependen de lo que pagan en impuestos empresas y ciudadanos.

Nadie habla de un rescate, pero, ¿por qué no es posible un apoyo a los que más lo necesitan, y que llega ya a 23 millones de familias, con un impulso a la economía, al mercado, a la inversión que permita que haya más recursos para que cada vez menos personas necesiten ese apoyo público?

Los efectos de la pandemia son terribles y aún no han sido medidos en su justa dimensión ni en México ni en el mundo. Me extrañó que el Presidente no dijera una palabra sobre los más de 60 mil muertos que eran, hace apenas dos meses, un “escenario catastrófico”, según el propio gobierno. Que tengamos un mejor sistema de salud cuando salgamos de la pandemia es una expresión de deseos: lo cierto es que hoy hemos retrocedido, por la enfermedad y por muchas otras razones, en el abasto de medicinas, incluso para enfermedades como el cáncer, en la vacunación, en la planificación familiar, mientras el Insabi parece estar lejos de reemplazar con eficiencia, poca o mucha, al Seguro Popular.

Algo similar sucede con la estrategia de seguridad: en realidad no es una estrategia, sino una suerte de declaración de principios: quién puede estar en desacuerdo en atacar las causas de fondo que ocasionan la inseguridad, como la pobreza y la falta de educación. Pero los resultados de esas políticas, si se aplican en forma acertada, tardan años, a veces décadas, en mostrarse. Está muy bien decir que ya no manda la delincuencia organizada, pero en muchos lugares del país lo que se percibe es otra cosa. Es verdad que bajaron los índices de varios delitos, algunos tan importantes como el secuestro, pero también habrá que evaluar si no ha sido por el confinamiento y el parón económico, porque delitos que no están atemperados por ello, como el homicidio y sobre todo la extorsión, como reconoció el Presidente, en realidad crecieron.

Ningún gobierno es de blancos o negros, suelen predominar los grises. Quizás lo que sucede es que cuando se piensa tanto en la historia y en el papel que ella le reservará a un gobernante, se olvida lo cotidiano, la terca realidad, y se confunden las aspiraciones con las realidades.Información Excelsior.com.mx

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