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¿En qué etapa vamos?

Por Julio Faesler

Las naciones, al igual que las personas, transitan por distintas etapas de la vida. Cabe preguntarnos ¿en cuál se encuentra México? No se trata de distinguir entre infancia, juventud, madurez o senectud, sino ver hasta qué grado, como comunidad, las lecciones de nuestra historia y las de experiencias más recientes nos han servido para interpretar el sentido y rumbo que llevan los acontecimientos actuales. Este bagaje nos prepara para actuar en los escenarios nacionales y mundiales que podemos prever.

Este examen es oportuno ya que el Presidente de la República nos está retando a abandonar modelos de vida cargados de defectos para adoptar nuevos, con el argumento de que éstos ofrecerán mejores condiciones de vida de realización y felicidad individual.

Es lógico que la responsabilidad de diseñar los ingredientes del cambio recae en los que lo plantean. La mayoría de la población no sólo pide, sino hasta exige que el gobierno sea capaz de cumplir lo ofrecido. El asunto es claro. En todas las sociedades los cambios tienen que vencer la natural resistencia que su mero anuncio provoca en los que no ven en los cambios propuestos atractivo alguno. Esa instintiva y honda oposición es evidente en todos los medios sociales salvo, hasta ahora, en el popular.

El pasmo en los actores económicos nacionales se alargará indefinidamente mientras el gobierno insista en recortes presupuestales draconianos, mientras emprende los ahorros forzados, vastos proyectos, muchos cuestionados, que ni el mismo Keynes aprobaría. Los planes de gobierno no convencen y los actores económicos detienen sus inversiones.

Hay que tomar en cuenta, empero, que las resistencias que el Presidente está encontrando en amplios sectores de la sociedad se motivan más en la descoordinación de la acción oficial que en una honda convicción opositora. Muchas personas sintonizan con el empeño por realizar los cambios que son necesarios. Pocos hay que abogarán por un statu quo que continuara con la ominosa desigualdad social y la impunidad con que opera el crimen organizado en todo el país. Pero el desorden e inexperiencia en todos los niveles públicos da pretexto a la retracción de la actividad privada, particularmente en las indispensables pymes, que emplean el 98% de la mano de obra nacional. Todo lo anterior recala en desatender oportunidades y desperdiciar recursos que podrían usarse para mejorar las condiciones de salud, educación y trabajo.

La situación es de genuina emergencia, no por que se emprenda un urgente combate a la corrupción, sino porque si no se despliega pronto una acción conjunta gobierno-ciudadanía dirigida a remediar las muy estudiadas carencias populares que la demografía ha acentuado, éstas se profundizarán hasta el grado de rebasar su nivel crítico tolerable y desatando presiones sociales que sólo aplaudirá el sector más radical del gobierno. La ironía está en que, pasada la crisis, los cambios que debieron instalarse en momentos más favorables acabarán por autorizarse.

Ante los problemas que plantea esta época de cambios, cunde la desorientación en los partidos políticos y las resultantes oscilaciones del electorado que acaban siendo reservas de votos para el mejor postor. Es patente la ineptitud de esas agrupaciones para entregar a la población soluciones simples para cada necesidad y promover el bienestar tangible dando ejemplo de su propio buen gobierno. El hueco lo llena el Presidente con consultas masivas a mano alzada para favorecer sus propias decisiones. Tampoco debe olvidarse que es el elector el que determina cuál fórmula política y, por ende, qué recetas prevalecerán para intentar soluciones.

A este respecto, la amplísima discusión que se está dando en todo el mundo subraya convergencias entre las diversas estrategias para impulsar el desarrollo económico y social.

Están las que abogan por la economía pública manejada con estricta ortodoxia o las que prefieren la liberalidad populista que reparte al que no tiene lo que no hay. La economía social de mercado versus las estructuras socialistas. Se discuten propuestas como la renta universal o la protección del empleo local contra la apertura total de los mercados. Muchos reconocen la conveniencia de ciertas dosis de deuda pública amortizadas con el rendimiento de la producción proyectada.

Ante estas opciones, todas plausibles, los membretes y las ideologías se diluyen para reducir la función pública a su tarea más elemental: servir con prontitud y eficacia todas las necesidades populares posibles. Este imperativo moral es el único que vale. Información Excelsior.com.mx

 

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