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García Márquez y los préstamos del banco

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Las editoriales son como los bancos: sólo les prestan dinero a quienes no lo necesitan, dijo en una entrevista para la televisión el físico y novelista argentino Ernesto Sábato.

En un momento en que, por alguna extraña coincidencia de los númenes, participar de la literatura contemporánea quiere parecerse al adelgazamiento de la cosa pública que supone el neoliberalismo —que todo sea nomás un orgasmo de relaciones privadas, de estímulos personales insuflados a ejemplar uno a uno, a trescientos cincuenta pesos la pieza—, viene particularmente a cuento la sentencia irónica del sudamericano por el estreno post mórtem de otro de ellos.

Me refiero, obviamente, a la publicación de En agosto nos vemos, inédito del multipremiado periodista colombiano Gabriel García Márquez, al que no le sobraron en vida privilegios del Pedregal y de Salinas de Gortari, ni superventas, ni condición visible de long-seller, pero por alguna razón a sus herederos se les vino como relámpago iluminado a la cabeza la certeza de que todo aquello no era suficiente.

Y, tal vez, se dejaron persuadir por la convicción, quizás súbita, quizás cuidadosamente dosificada, como en una estrategia de márketing, de que bien podía empaquetarse, con márgenes de mucho aire para crecer el volumen, algún borrador del novelista para operar el milagro de la poesía (o del mercado, que viene siendo lo mismo en algunas oficinas de planeación editorial): volver a figurar el nombre del premio Nóbel entre las mesas de novedades, que se urgen al nuevo chispazo del ingenio como por la costumbre de su respiración. Como que, en contraparte, el reposo apesta estrepitosamente a fracaso: el autobús tiene que ir rápido.

En 2004, la firma Alfaguara, hoy absorbida por Random House, editó en Buenos Aires un libro de Mauricio Rosencof que en su página legal, literalmente, proscribe el futuro: “Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma, ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro medio conocido o por conocer”.

Avanzados el siglo XXI y los modales del fingimiento de que no se es del todo autoritario, sino que la acumulación de unos derrama bondades en toda la humanidad, en la página legal del Gabo de este marzo de 2024 se suaviza el mensaje —si te pego es por tu propio bien, como pasara con la Pirateca de México—: “Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva”, dice al calce el préstamo del banco.

Pero mientras en el mundo haya voces, afortunadamente, la literatura seguirá siendo un asunto demasiado importante como para confiárselo a los especuladores de las pirámides de ventas.

Y existirán otras formas de silbar. Como con las Ediciones de Fantasía, que divulgan a Macedonio Fernández y anotan: “Según alguna ley de legal importancia: queda permitida la producción, la reproducción, la improducción y saltear algún prólogo o deducción. Se terminó de imprimir una siesta del 2021, mientras uno estornudaba, otro lo miraba mal y la tercera… preguntaba: ¿Tener un rumbo en este mundo que no tiene rumbo?”.

O bien, en la Antología poética Braille y señas, del sello argentino Baldíos en la lengua, se concluye: “Ante la imposibilidad de una fe de ratas: todos los herrores ortotipograficos son parte de la revolución. Este libro se terminó de compilar, diseñar, ilustrar, soñar, rumiar, procrastinar, corregir, transcribir al Braille e imprimir en la Biblioteca Argentina para Ciegos durante el fresco, por momentos caluroso, incierto, cruel, plagado de mosquitos y combativo verano del año 2024”.

Que los monopolios monopolicen lo que tengan que monopolizar.

En tanto, leer seguirá siendo la travesura de la desobediencia, el sueño escupido en la frente de la solemnidad, la imposible huida hacia el acariciarse, en lo que nos alcanzan las cicatrices de nuestro historial crediticio.

Información Radio Fórmula

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