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La fobia

Por: Pascal Beltrán del Rio

En su búsqueda del poder, los partidos políticos en México jamás dicen “yo soy ese, el que ustedes necesitan”, sino “yo no soy aquel, al que ustedes desprecian”.

Piénselo: dígame qué partido político en México habla de sus propias virtudes y las define como tales. Yo digo que ninguno.

Todos aspiran a ser lo que el otro no es o, por lo menos, presumen de no serlo.

Por eso no debe extrañarnos que el elector mexicano rara vez vote por lo que quiere sino, sobre todo, en contra de lo que detesta. No es el entusiasmo el que lo mueve, sino el prejuicio.

Eso genera, en el escenario multipartidista mexicano, una suerte de segunda vuelta sin que ésta exista en los hechos.

Llegada la fase final de la campaña, los votantes mexicanos que no son parte de la estructura corporativa de un partido suelen ir contra sus fobias más que a favor de sus filias.

La encuesta preelectoral más relevante no es tanto qué partido quisieran esos electores mexicanos ver en el poder sino a cuál alucinan más y por cuál estarían dispuestos a votar con tal de que aquél no gane los comicios.

Eso fue muy claro en 2000: la mayoría de los mexicanos estaba tan harta del PRI que dieron el triunfo a un empresario que casi no había hecho política, Vicente Fox, para hacerse de la Presidencia de la República.

En 2006, la mayoría de los mexicanos tenía tanto temor de Andrés Manuel López Obrador –a quien, con razón o sin ella, veían como alguien que podría quitar la casa a unos para dársela a otros– que volvieron a votar por el PAN, a pesar de que tenían dudas sobre la capacidad de ese partido.

Entonces, para saber quién puede ganar la elección presidencial de 2018, los encuestadores debieran preguntar a los potenciales votantes a quién no quisieran ver en Los Pinos bajo ninguna circunstancia.

Jure que, llegada la hora, el electorado discriminará al candidato y/o al partido cuya elección vea como inaceptable. Y le dará su voto a quien sea capaz de impedir la victoria de quien detesta.

Esa alianza tenebrosa que temen los partidos –en que más de dos de ellos se pongan de acuerdo para que alguno no gane– la hacen los mismos electores por sí y ante sí, muchas veces el mismo día de las votaciones, cuando se encuentran en la mampara, frente a la boleta.

“Odio tanto a fulano que votaré por zutano”, suelen pensar millones de electores antes de cruzar alguno de los símbolos en la papeleta.

No es simple impresión mía, sino un hecho que se deduce, entre otros datos, del voto cruzado que se ha dado en comicios presidenciales recientes.

Por ejemplo, en la elección presidencial de 2000, Vicente Fox pudo haber recibido un millón de votos de electores cuya primera opción no era el guanajuatense.

Lo mismo pasó con Felipe Calderón en 2006, quien cosechó entre ese tipo de votantes 1.2 millones de sufragios, que marcaron la diferencia sobre Andrés Manuel López Obrador.

En 2012 eso fue menos obvio pero quizá unos 220 mil electores optaron por Enrique Peña Nieto en esas circunstancias, de los cuales unos 150 mil pudieron ser panistas.

Y ésas son únicamente las huellas de la fobia que deja el voto cruzado.

Estoy convencido que en 2018 volverá a ser así. Que el ganador no será la primera opción de la mayoría de los votantes, sino la segunda, la que consideran la más viable para evitar que triunfe quien más odian.

Y eso es, en buena medida, porque los partidos políticos han sido incapaces de hablar de lo que ellos son y proponen, antes de criticar lo que son y proponen sus opositores. Información Excelsiorcom.mx

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