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Lecciones sucesorias

Por Pascal Beltrán del Rio

Hace 18 años que el PRI no se encontraba en la coyuntura de estar en Los Pinos en el arranque del proceso de la sucesión presidencial.

En esos momentos del sexenio del presidente Ernesto Zedillo, el actual mandatario, Enrique Peña Nieto, tenía 33 años de edad y fungía como subsecretario de Gobierno del Estado de México, en la recién estrenada administración del gobernador Arturo Montiel.

Como desde entonces ha pasado mucha agua bajo el puente de la política mexicana, quizá conviene recordar qué ocurrió con el PRI en aquella sucesión presidencial, la de 2000, así como en las dos anteriores, las de 1988 y 1994, cuando el partido tricolor también estaba en Los Pinos.

Comencemos por lo que sucedía hace tres décadas. A estas alturas de 1987, el PRI acababa de postular a Carlos Salinas de Gortari como su candidato presidencial. Diez días después, el 14 de octubre, el PARM, un partido que había actuado como satélite del PRI desde su fundación en 1954, sorprendió a todos al lanzar como su aspirante a Los Pinos a Cuauhtémoc Cárdenas.

A principios de ese año —cuando Peña Nieto estudiaba derecho en la Universidad Panamericana—, el hijo del general Lázaro Cárdenas había protagonizado un movimiento disidente en el PRI, la llamada Corriente Democrática, que exigía al partido abrir el proceso de nominación del candidato presidencial.

Apremiado por el reto de la Corriente Democrática, el PRI organizó una pasarela de seis “distinguidos priistas” para dar la impresión de que escuchaba a su militancia. El destape de Salinas quiso ser presentado como resultado de un proceso de auscultación.

Seis años después, y luego de enredarse con diversos intentos democratizadores a nivel estatal, el PRI se olvidó de consultas a la base y regresó al tapadismo sin tapujos.

Hasta fines de noviembre de 1993, la carrera por la candidatura del PRI la encabezaban Luis Donaldo Colosio, secretario de Desarrollo Social, y Manuel Camacho, jefe del Departamento del Distrito Federal.

Cuando Salinas se decidió por el primero, Camacho se inconformó.

Y así como la anterior sucesión presidencial había sido afectada por la disidencia de la Corriente Democrática, la de 1994 lo fue por la rebeldía de Camacho, quien fue nombrado canciller por Salinas luego del destape de Colosio. Posteriormente, la relevancia pública de Camacho aumentaría aún más al hacerse cargo de la negociación con los rebeldes zapatistas.

Antes de ser asesinado en marzo de 1994, Colosio padeció el movimiento sordo de los camachistas en su contra. En los medios se había generado la impresión de que la campaña de Colosio iba mal, discusión que quedó atrás cuando ocurrió el homicidio del candidato del PRI en Tijuana.

Cuando eso ocurrió, Enrique Peña Nieto fungía como secretario particular del secretario de Desarrollo Económico del Estado de México, Juan José Guerra Abud, en la aún joven administración del gobernador Emilio Chuayffet. Tenía 27 años de edad.

Nombrado candidato sustituto tras la muerte de Colosio, Ernesto Zedillo ganó la elección presidencial de 1994, pero no contó con el pleno apoyo de su partido durante su gobierno.

En su XVII Asamblea Nacional, en 1996, los priistas impusieron candados a la designación de candidatos del partido, lo cual impediría que el favorito de Zedillo, el secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz, pudiese aspirar a sucederlo.

A partir de entonces, Zedillo no apostó más por la permanencia del PRI en Los Pinos. Y el partido, ya sin el respaldo del Presidente, decidió que la candidatura surgiera de una elección interna, cosa que lo debilitó en momentos en que enfrentaba un embate de la oposición, especialmente del panista Vicente Fox, quien ganaría la elección de 2000.

El PRI parece haber aprendido de esos tres episodios, que el actual Presidente vivió como estudiante universitario y funcionario del Estado de México.

Quizá por eso el tricolor ha exorcizado la división interna en sus filas. La división que lo llevó al ridículo espectáculo de la pasarela en 1987 y a la lucha fratricida en 1993 y 1999.

Hoy, los priistas apuestan por la disciplina interna y la conducción presidencial de su proceso de nominación y han cerrado la puerta a cualquier disenso interno. Infomrción Excelsior.com.mx

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