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Más allá de las dos izquierdas de José Woldenberg

Por Hugo Garciamarín

En un reciente ensayo en Nexos titulado “Por lo menos dos izquierdas”, José Woldenberg reflexiona sobre el monopolio que el lopezobradorismo ejerce sobre la representación de la izquierda. Es un hecho, que en nuestra conversación las izquierdas han quedado marginadas y que el lopezobradorismo —que se erige como un movimiento que condensa la lucha de las izquierdas de ayer y hoy— ha vaciado su contenido y difuminado sus márgenes. Sin embargo, el argumento de Woldenberg para esclarecer esta situación, y abogar por la diversidad de su significado, es insuficiente y erróneamente se centra en dividir a las izquierdas en dos: una mala y una buena; una arrogante y otra humilde; una autoritaria y otra democrática.

El principal problema en su texto es que traslada el planteamiento de la democracia de la transición al análisis a las izquierdas. Para caracterizarlas, la posición frente al neoliberalismo, la desigualdad o su vocación igualitaria es lo de menos; lo importante es cómo se comportan frente a las instituciones, la división de poderes y la pluralidad. Así, divide a los actores de la historia en dos: los perversos autoritarios y los respetuosos de las instituciones: “los primeros pretendieron y lograron estar solos en el escenario y edificaron regímenes despóticos. Los segundos, con otros, construyeron sociedades prósperas, más equitativas y libres”.

En su planteamiento, la prosperidad, la igualdad y la libertad son una cuestión de actitud, no de programa. De esa forma evita poner en el centro los contenidos del lopezobradorismo y discutir su carácter de izquierda, para reducirlo a un movimiento autoritario. Se trata en el fondo de una preocupación liberal: lo importante no es quien detenta el poder ni qué quiere hacer con él, sino la forma en la que se le limita. Preocupación que puede ser muy válida, pero que resulta poco útil para caracterizar a las izquierdas.

Pero además hay una trampa en el argumento. Como las izquierdas se definen como tal por su actitud ante el poder, su izquierda, como por arte de magia, tiene un significado virtuoso. Mientras que, con una izquierda renuncia a explorar sus contenidos, a la otra se los atribuye así nomás: “tiene un compromiso con la equidad social […] sabe de la centralidad del Estado si se quiere edificar un basamento de satisfactores materiales y culturales para todos, combate privilegios, respeta normas, pugna por elevar el nivel de la educación y busca la universalidad del sistema de salud”.

El asunto es que todo eso podría hacerlo una izquierda de corte autoritario. De hecho, el lopezobradorismo dice que es lo que está impulsando —y justo por eso es importante discutir sus métodos y si realmente cumple lo que pregona, más allá de sus expresiones políticas y discursivas. También puede pasar que una izquierda, por más vocación democrática que tenga, defienda más la supuesta pluralidad, que los contenidos propios de la izquierda. Tal y como pasó, por ejemplo, con la firma del Pacto por México, en donde el Partido de la Revolución Democrática (PRD), entonces principal representante de la izquierda partidista, renunció a su lucha por la soberanía energética a cambio de espacios políticos.

Estoy de acuerdo en que las izquierdas deben recuperar su protagonismo en la conversación y superar la idea de que la izquierda y el lopezobradorismo son lo mismo, como sugiere en su texto. Sin embargo, estoy convencido que para hacerlo debemos ir más allá de nuestros propios márgenes culturales y dejar atrás las ataduras ideológicas de la Cuarta Transformación, pero también las que nos dejó la transición a la democracia. Es indispensable conversar sobre los contenidos programáticos de las izquierdas, escuchar sus diferentes luchas y expresiones, abrirnos a otras concepciones y reconciliar las categorías comunes, como pueblo y nación, con la vocación pluralista y el respeto de las instituciones. Total, tenemos que transitar más allá de las dos izquierdas de las que habla José Woldenberg. Información Radio Fórmula

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