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Meade… cercanía y distancia frente al PRI

Por Ignacio Anaya

La construcción de la candidatura presidencial de José Antonio Meade Kuribreña es expresión de pragmatismo político: no ha militado en el Partido Revolucionario Institucional y sin embargo será su abanderado en las elecciones del 1 de julio del 2018.

Esta circunstancia sólo es entendible por la enorme influencia que el presidente Enrique Peña Nieto construyó al interior de dicho partido para que se respetara su estrategia sexenal de entregar el cargo a un político sin militancia, que tampoco ha tenido cargos previos de elección popular.

¿Pierde su ideología el PRI con el arribo de un “externo”? En sentido estricto no, si bien resulta es más acertado señalar que tampoco sus históricos principios doctrinarios han orientado los programas de gobierno, particularmente desde 1982 cuando Miguel de la Madrid llegó a la Presidencia de la República e inició una profunda transformación de instituciones junto a la llamada “tecnocracia”.

Hoy día, cuando el pragmatismo resulta una palabra clave en la política mexicana, es superfluo pretender calificar o descalificar la carrera política de nadie por motivos de congruencia ideológica pues si algo ya no existe en el sistema partidista mexicano son precisamente las ideologías. La crisis ideológica del priismo no es mayor que la PAN, la del PRD ni la de Morena. Por eso mismo, es necesario buscar un punto medio para observar sin prejuicios la construcción de la candidatura presidencial de José Antonio Meade, quien se había preparado para enfrentar los retos del mundo globalizado, pero no para luchar por el poder a través de las urnas.

Lo anterior de ninguna manera descalifica a quien buscará relevar en el cargo a Peña Nieto para continuar con su programa de desarrollo. Como profesional y experto, Meade Kuribreña cuenta con un perfil completo en temas puntuales e importantes relacionados con el manejo de la economía, el mercado y las finanzas. En pocos años ha encabezado cuatro secretarías de Estado: Hacienda, Relaciones Exteriores, Energía y Desarrollo Social. A nivel curricular proyecta capacidad para tomar decisiones integrales. Digamos que constituye un candidato calificado en temas cruciales de la agenda internacional. Pero este perfil, sin embargo, de ninguna manera constituye un pase en automático para ganar la reñida contienda electoral que se avecina, porque los temas en los que él se ha preparado no son los que están insertos en la agenda pública mexicana, como la corrupción, la impunidad y la inseguridad. Mucho menos le resultará sencillo a Meade pelear a nombre de un partido desgastado y escaza credibilidad incluso dentro de su voto duro.

¿Piensa diferente algún analista que se precie de opinar con seriedad? ¿Es posible considerar que el extitular de Hacienda tiene ya en la bolsa la presidencia de México? ]Difícil pase automático si se considera que el PRI va por la presidencia con un primer round perdido: no haber elegido desde sus filas a un abandero electoral propio. Tampoco es verdad que las oposiciones pelearán por el mismo cargo con capacidad operativa, discurso y reales condiciones de triunfo.

Pero debe aclararse que el problema no es el candidato en esta ocasión, sino el priismo que lo deberá llevar al triunfo. ¿Por qué? Porque la maquinaria electoral tricolor también se mueve a base de intereses y repartición de cargos. Esto se verá cuando se elijan los candidatos para renovar el Congreso de la Unión, que también serán votados junto a la elección presidencial. Y es que, para proyectar congruencia, el priismo debería consecuentemente con su candidato externo ofertar diputaciones y senadurías también a candidatos y candidatas sin militancia. La reflexión consecuente con este escenario resulta de preguntarnos: ¿a cambio de qué los sectores del priismo y otros grupos de poder local aceptaron el arribo de un “no-militante”? ¿lo hicieron a condición se influir en la repartición de los cargos de elección? ¿Seguirán ocupando escaños y curules líderes viejos, burocráticos y grises a nombre de sindicatos, organismos corporativos y poderes fácticos en las distintas regiones de la República?

Quizá por lo anterior lo mejor para José Antonio Meade es distanciarse de los “usos y costumbres” del viejo priismo y evitar la exposición en un proceso simulado de elección interna. En este momento deben aparecer él y su verdadera áurea. Tarde que temprano el “externo” tendrá que marcar distancia con el régimen en el que ha colaborado, pero del que -paradójicamente- deberá apartarse para poderse proyectar distinto. Por eso, si el priismo aceptó pelear la elección del 2018 con Meade a la cabeza, lo mejor que puede hacer es dejarlo en su estrategia para cautivar al electorado apartidista e indeciso que, definitivamente, marcará la diferencia a favor de quien logre convencerle. Las próximas semanas necesita aprovecharlas Meade Kuribreña en proyectarse como ciudadano externo, pero también en convencerse y convencer que verdaderamente lo es. El voto duro priista ya está negociado, la meta está más allá de lo que ya tiene de su lado.

¿Puede convertirse en el sucesor de Enrique Peña Nieto? Por supuesto que sí, pero también puede perder la contienda. Meade ya ganó adentro (aunque haya segmentos resentidos del viejo partido), por lo cual debe quedar claro, muy claro en él y en su equipo, que la sombra a enfrentar no vendrá de las oposiciones sino de la opacidad que logre filtrarse en esta agenda intensa dentro de un sistema partidista desdibujado y una sociedad fragmentada.

Vaya ironías; Meade necesitaba el respaldo del priismo. Lo ha obtenido. Ahora requiere de una sutil estrategia para caminar de manera paralela, pero al mismo tiempo distante. Tiene capacidad y sensibilidad para hacerlo. La pregunta es si la nomenclatura lo dejará. Información Excelsior.com.mx

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