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Por una continuidad con rectificaciones

Por Pascal Beltrán del Rio

Al gobierno que tomará posesión en diez días le gusta decir que propiciará una transformación equivalente a la Independencia, la Reforma y la Revolución.

Sobre eso ya he escrito aquí dos cosas: primero, que esa intención puede materializarse o no, pero, desde el punto de vista de la historiografía, es un contrasentido calificar un periodo en el que todavía no entramos; y segundo, que ojalá no sea así, porque aquellas tres transformaciones fueron resultado de conflictos armados entre bandos políticos que dejaron miles de muertos.

Asimismo, he expresado mi deseo de que el próximo sexenio se caracterice por un proceso de maduración de nuestra vida institucional, que corrija los errores y desviaciones, como la inoperancia del Estado de derecho. Esta última es el origen de la impunidad, que ha fomentado la corrupción y las distintas manifestaciones de la criminalidad, entre ellas, la violenta.

A menudo se desdeña lo que ha logrado México mediante una vida pública relativamente apegada a leyes e instituciones.

Es verdad que aún tenemos un país con grandes desigualdades, pero lo que hemos alcanzado como nación es mucho mejor que países que han visto interrumpidos sus procesos de renovación de poderes por guerras civiles y golpes de Estado.

Me parece que nuestras carencias serán superadas de forma más rápida si seguimos por ese camino, reforzando el Estado de derecho y las instituciones democráticas y apegándonos a las políticas económicas que han tenido éxito en otras partes del mundo, a que si pretendemos inventar otro modelo de desarrollo o, peor aún, imitamos alguno de los que han fracasado en otros países.
Un premio a nuestra constancia como país es la ceremonia que tendrá lugar el próximo 1 de diciembre. Será la décima quinta vez consecutiva que el Presidente de la República toma posesión en esa fecha cada seis años. Dicho ritual no ha fallado.

Y eso es porque, durante más de un siglo, México ha celebrado sus elecciones presidenciales y legislativas en la fecha que marca la Constitución.

Es verdad que en ese lapso han sido asesinados un Presidente de la República (Venustiano Carranza) y un Presidente electo (Álvaro Obregón) y una vez renunció a su cargo el Ejecutivo (Pascual Ortiz Rubio). Sin embargo, esos tres hechos ocurrieron entre 1920 y 1932. Desde entonces, las elecciones y los relevos presidenciales se han llevado a cabo sin contratiempos.

Pero hay otra razón por la que espero que el sexenio que se inicia en diez días no sea una transformación, sino una continuidad con rectificaciones. Y esa razón es la siguiente: la Independencia, la Reforma y la Revolución fueron procesos que destruyeron la economía del país durante décadas. La guerra de Independencia, ha escrito el investigador Jaime Rodríguez Ordóñez, dañó “la agricultura, el comercio, la industria y la minería, así como la compleja, pero delicada infraestructura de la nación” (Las crisis de México en el siglo XIX).

Luego de lograr su independencia de España, México “se sumió en cincuenta años de depresión económica y disturbios políticos”, dice. Fue un tiempo perdido para México, en el que el sistema económico mundial se transformó drásticamente.

“El contraste entre la Nueva España y el México republicano fue enorme. La guerra de Independencia y el caos que siguió arruinaron la economía de la nación y destruyeron la legitimidad de sus instituciones (…) Una breve comparación con Estados Unidos destaca la naturaleza de la economía de México en 1800. El ingreso per cápita era de aproximadamente 116 pesos al año, comparado con 165 pesos de Estados Unidos”.

Faltaría espacio para detallar los daños que produjeron la Reforma y la Revolución al desarrollo económico del país. Basten los hallazgos que Moramay López-Alonso, catedrática de la Universidad de Rice, despliega en su libro Estar a la altura. Una historia de los niveles de vida en México, 1850-1950 (FCE, 2012).
López-Alonso estudió las condiciones físicas de los pobres a partir de datos como peso y estatura registrados por el Ejército y las policías, y encontró que “el mexicano de bajos ingresos tenía, en promedio, la misma estatura que uno nacido en 1850”.

Es decir, en un siglo —en el que se atraviesan la Reforma y la Revolución—, los mexicanos más pobres siguieron teniendo la misma complexión física.

En otra parte del libro, concluye que los políticos liberales estaban demasiado ocupados en debilitar a la Iglesia y saquear sus bienes “como para considerar el daño potencial que esta reforma podía infligir a las personas atendidas por la Iglesia”.

Porque las transformaciones han afectado el progreso del país más de lo que lo han alentado, y porque México ha crecido más en etapas de construcción y cuidado de las instituciones, deseo sinceramente que no haya tal “Cuarta Transformación”. Información Excelsior.com.mx

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