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Promesas

Por Pascal Beltrán del Rio

Pese a las presiones de sus aliados, el gobierno de Donald Trump impuso ayer aranceles de 25% a las importaciones de acero y 10% a las de aluminio a México, Canadá y la Unión Europea.

Desde un punto de vista meramente económico, la medida es imposible de entender. Trump no hizo caso al Pentágono ni al sector automotriz estadunidense y procedió con la medida, que seguramente tendrá serias repercusiones en el mundo entero.

Pocos minutos después de hacerse el anuncio, europeos, canadienses y mexicanos habían cumplido su amenaza de aplicar aranceles compensatorios a distintos productos estadunidenses de exportación.

Y no es que Trump esté completamente equivocado respecto de los desequilibrios que existen en el comercio internacional. Si, por ejemplo, hubiese reclamado a la Unión Europea que sus autos paguen un arancel de 2.5% para entrar en Estados Unidos mientras los vehículos estadunidenses estén sujetos a uno cuatro veces mayor por hacer el viaje en sentido opuesto, el inquilino de la Casa Blanca habría tenido la autoridad moral de su lado.

Pero ¿aranceles al acero y al aluminio, invocando la seguridad nacional y exponiendo a los consumidores a potenciales alzas en los precios por el desbarajuste en industrias que tienen una bien armada cadena de suministros?

Eso sólo puede entenderse desde una lógica política: la promesa que hizo Donald Trump a los electores de los estados del llamado Cinturón de Óxido –que le hicieron ganar la Presidencia– para devolverles los empleos perdidos por la globalización.

El pensamiento de Trump es de una simpleza tan conmovedora como peligrosa. Si la industria manufacturera migró a otros países buscando mejores condiciones de inversión en otras partes del mundo, basta poner aranceles a uno de sus insumos básicos para que regrese.

Está por verse si Trump logrará su cometido de que las fábricas vuelvan a Estados Unidos. Lo más seguro es que las distorsiones que causará en ese empeño dañarán a millones de consumidores con precios más altos sobre diversos productos.

Ideas populistas como las suyas han aparecido en muchas partes del mundo como reacción a la apertura económica y a la liberalización comercial. Y casi todas parten de una premisa equivocada: confundir la pobreza con la desigualdad.

Es verdad que la globalización ha generado que un puñado de personas ricas tengan más de lo que tenían. Pero también es cierto que uno de sus efectos ha sido la disminución de la pobreza extrema.

De acuerdo con datos del Banco Mundial, el porcentaje de personas que viven con menos de un dólar al día disminuyó de 79% a 27% en China, entre 1981 y 2001; de 63% a 42% en India, y de 55% a 11% en Indonesia durante el mismo lapso.

En algunos países, las ideas antiglobalización han llegado al poder, pero al enfocarse en disminuir la desigualdad y no la miseria, han terminado por hacer crecer el número de pobres, al igualar por la fuerza a millones de personas hacia abajo, como evidentemente ha ocurrido en Venezuela.

Tocará a los sociólogos determinar por qué las promesas de arreglar fácilmente problemas complejos resultan tan atractivas para los electores de muchos países desarrollados y en desarrollo, cuando no hay un solo caso de éxito que puedan invocar quienes las proponen. Quizá porque están montadas en una lógica revanchista –nacionales contra extranjeros, pobres contra ricos, etcétera– que requiere de fe, no de comprobación.

Lo cierto es que no es tan fácil como antes que los políticos incumplan sus promesas de campaña.

Para ganar la Presidencia de Estados Unidos, Trump segmentó y polarizó a la sociedad estadunidense. Después, logró que una minoría de votantes (apenas 80 mil, en tres estados del país) le diera el triunfo aprovechando las reglas del sistema de Colegio Electoral.

Hoy, el Presidente no puede desconocer a esa parte del electorado –pese a las advertencias del Departamento de Defensa, la industria automotriz y otros, respecto de la imposición de aranceles– porque ese sector de la sociedad estadunidense, empoderado mediante las redes sociales, puede usar los mismos medios para reprocharle el incumplimiento de sus compromisos.

Tal vez Trump no pueda obligar a México a pagar por el muro fronterizo, pero sí puede gravar las importaciones. Tal vez no pueda salirse unilateralmente del TLCAN, pero sí puede usar una supuesta terquedad de los negociadores mexicanos y canadienses como pretexto para el castigo comercial.

Los aranceles impuestos por Trump son la prueba de que los candidatos populistas sí cumplen lo que prometen, por descabellado que sea. Por eso es importante proyectar las potenciales consecuencias de sus ofrecimientos antes de ir a las urnas. Información Excelsior.com.mx

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