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Un recuerdo del porvenir

Por José Elías Romero Apis

Las vacaciones sirven para que descansen la mente, el cuerpo y el alma. Por eso, algunos lectores me han pedido recordar estas líneas del año que termina en que se cumplieron 50 años de la llegada del hombre a la Luna. Nunca podré olvidar las palabras de esa noche del domingo 20 de julio de 1969. “Houston: ya hemos completado el descenso. Estamos en la Luna”.

Esa frase estaba cambiando al mundo y me agradó ser yo quien la escuchaba. La razón esencial es la siguiente.

Durante 1968, los graves acontecimientos tambalearon a mi generación, formada por muy jóvenes, por muy idealistas y por muy ingenuos. En abril, el asesinato de Martin Luther King. El mes siguiente, la Revolución de Mayo, en París. En junio, el magnicidio de Robert F. Kennedy. En julio, la escalada más violenta de toda la guerra de Vietnam. En agosto, la represiva invasión soviética en Praga. En septiembre, el movimiento estudiantil mexicano entró en crisis. Y, el 2 de octubre, finalizó en Tlatelolco.

En ese año de tantos días negros, los jóvenes vimos afectadas nuestras vidas. Las circunstancias habían cancelado nuestras clases universitarias y nuestras tristezas hasta habían suspendido las tardeadas juveniles. Habíamos pasado días y noches con el rumor y el temor de la posible clausura definitiva de la UNAM, del IPN, de Excélsior y de diversas garantías constitucionales relacionadas con la libertad política y la seguridad jurídica.

Quizá, por eso, en aquel entonces juvenil, me pareció toda una esperanza la travesía del Apolo 11. Desde luego, lo fueron el descenso del Eagle y la caminata de Neil Armstrong. Pero, con el paso del tiempo, fue cuando me percaté de que lo más importante de toda esa odisea no fue haber llegado a la Luna, sino haber salido de la Tierra.

En efecto, vencer la gravedad terrestre fue el tema esencial de las travesías espaciales. Para salir del planeta, el hombre tuvo que inventar máquinas y combustibles, instalar centros de navegación, adiestrar legiones de nuevos especialistas y descubrir muchos datos de nuestra relación con el espacio. Llegar a otros lugares del cosmos fue tan solo una consecuencia derivada del lanzamiento de la nave.

En ese tiempo, nosotros éramos muy jovencitos para ya saber a dónde queríamos llegar, pero ya éramos lo bastante sufridos para saber de dónde queríamos salir.

Es muy cierto. Sólo la madurez de la vida me convenció de que lo más importante no es a dónde llegar sino de dónde salir como persona, como sociedad, como gobierno, como nación y como especie. Es toda una victoria salir de nuestra prisión gravitacional.

Desde luego, mi generación no alcanzó a llegar a nuestra imaginaria Luna. Pero nos aplicamos durante buena parte de nuestra vida y logramos salir de esa nuestra propia Tierra. Quizá nunca lleguemos a donde queríamos llegar, pero lo verdaderamente importante es que habremos salido de donde estábamos.

En muchas partes del mundo se logró vencer a las fuerzas que nos retenían. Cayeron el Apartheid, el Muro de Berlín y la Muralla China. Finalizó la guerra vietnamita. Avanzó la equidad de género. Y mil cosas más. En México, adquirimos más libertad y más democracia. Nos abrimos al mundo y fue exitoso. Los gobiernos empezaron a alternarse. Y mil cosas más. Aún nos retienen la pobreza, la inseguridad, la corrupción, la desigualdad y mil cosas más. Por eso lamento que no hemos llegado, pero por eso celebro que ya salimos.

Es cierto que el recuerdo cincuentenario que más me emociona es del alunizaje del Águila. Pero el recuerdo que más me ilusiona es del Saturno V, cuatro días antes despegando y rugiendo con sus cinco motores primarios, autoempujando sus tres mil toneladas de peso y venciendo a la mayor fuerza natural del planeta.

Esa imagen estuvo en la primera página de todos los diarios del mundo y decía: “¡Buen viaje!”. No lo vimos como una aventura de Estados Unidos, sino como una aventura de la humanidad y como una hazaña de las criaturas de Prometeo. Desde entonces, nunca más volví a dudar de nuestro destino.Información Excelsior.com.mx

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