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¿Vándalos? No, ciudadanos comunes

Por: Celia Soto

En estricto sentido, en mi ejemplo no hay más que una diferencia de grado con quienes protagonizaron los saqueos de los pasados días. El elemento común, aunque no único, es la percepción de que no habrá consecuencias, la impunidad. En mi caso, las fotomultas han resultado un disuasor efectivo, pero, hay que admitirlo, no absoluto.

Se engaña el PRI si insiste en ver un compló en los saqueos del Estado de México. Se engañan también los que quieren ver el inicio de una revolución o una situación que revele de manera única la vulnerabilidad excepcional de México. Las protestas sociales, que se salen de control y terminan en vandalismo y saqueo, son bastante comunes aquí en el sur pobre y en el mundo desarrollado. Recuerden los saqueos de Londres en 2011 y los de Ferguson, Missouri, en agosto de 2014. Y quienes los protagonizan no necesariamente comparten un perfil de pobreza y exclusión social. Tampoco son exclusivamente delincuentes —aunque los hay— que se montan oportunistamente en una protesta para poder obtener mercancía que revender. La mayoría son ciudadanos comunes, bastantes parecidos a usted y a mí, a los que la situación hace perder inhibiciones sociales. Vuelva a ver los videos de los saqueos en Ecatepec: la gran mayoría no cubre su rostro ni oculta las placas de los vehículos usados para transportar mercancía robada y, aunque predominan los hombres, hay bastantes mujeres, probablemente buenas madres de familia, con carritos de supermercado llenos no precisamente de verduras y frutas o juguetes para el Día de Reyes, sino de objetos más codiciables.

En los saqueos que siguieron a los desórdenes que iniciaron en Londres, pero se extendieron en todo el Reino Unido en 2011, abundaron adolescentes tanto pobres como de clase media, por cierto, muchas jóvenes que acudían a los saqueos con maletas para llenar con ropa; y en las audiencias en las que se juzgaron a quienes pudieron ser detenidos, se encontraron desde la hija de un multimillonario, profesores de escuela, un entrenador deportivo y jóvenes pobres de comunidades de inmigrantes.

Se trata de ejemplos de lo que los especialistas llaman “el poder de la situación” y de la vida propia que adquieren las muchedumbres, por ejemplo, en partidos de futbol o en grandes conciertos de rock. A diferencia de estos casos en los que la energía de la multitud tiene un foco: el desarrollo del partido, su resultado y la confrontación con los fanáticos del equipo contrario o la actuación de los artistas admirados, en una protesta social no necesariamente hay un foco claro o, si lo hay (el asesinato de un joven negro, una sentencia que libera a un policía o el aumento en la gasolina), no hay manera asequible de expresarlo. Si tampoco hay una organización experimentada en este tipo de protestas, es fácil que una manifestación con fuertes dosis de espontaneidad se salga de cauce. Intervienen y se retroalimentan muchas conductas: desde la legítima protesta por la exclusión, el aprovechamiento oportunista para sustraer bienes símbolo de estatus hasta el contagio de conductas delictivas bajo el supuesto de que “el otro” está siendo más listo que yo, todo supeditado a la percepción de que la autoridad poco puede hacer lo que facilita que se evaporen inhibiciones sociales.

Planear políticas de seguridad basadas en reliquias ideológicas de que la gente o cierta gente es buena o mala es una idiotez. Todos somos ángeles y demonios y ciertas circunstancias construidas socialmente refuerzan uno u otro lado de nuestra naturaleza (torcida, por cierto, como dijera Kant). Por ello, sí resulta útil preguntarse por qué los saqueos fueron especialmente virulentos en Tecámac y Ecatepec en el Estado de México. ¿Por qué otros municipios mexiquenses o colindantes de la zona metropolitana, con perfil social semejante, no vieron tantas manifestaciones de vandalismo y saqueo? A una situación de precarización creciente se sumaron simple y llanamente muy malos gobiernos.

Maquiavelo recomendaba al Príncipe que si había que tomar medidas negativas, lo hiciera de una vez por todas y no con dosis homeopáticas. Pero a la sabiduría del florentino había que matizarla con un análisis de las circunstancias nacionales, del sentir popular, del derrumbe de la confianza de la gente en el gobierno federal y con un análisis cuidadoso de estrategias de comunicación. Hace un año, la crisis ambiental de la Ciudad de México se agravó por la decisión política y no económica de bajar las tarifas de luz y de la gasolina, lo que llevó a un aumento del consumo de esta última cercano al 4%. ¿Quién puede creer ahora que el gasolinazo era la única salida?

Nos vemos, por favor con su lado ángel, en Twitter: @ceciliasotog, y también en Facebook: fb.com/ceciliasotomx

Información Excelsior.com.mx

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