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De monstruos y Del Toro

Por Yuriria Sierra

La diferencia asusta. Tanto que nos vuelve monstruos ante los ojos de quienes no la entienden. La diferencia asusta, pero el amor nos salva. Acaso los verdaderos monstruos son los que nacen y crecen detrás de las máscaras de lo “deseable”, de lo “aceptado”, de lo “impecable”. La belleza que surge de la oscuridad y el horror que se enquista y se expande en la piel de lo “correcto”. Y construir una historia que le dé vida a esta idea, eso, eso es hacer poesía: ese inadvertido invertido equilibrio de la luz y de la sombra.

“El entendimiento es amor. La comprensión es amor. Ponerse en los zapatos del otro es eso. La película trata de demostrarte que una opción es el miedo, y es la que nos tratan de vender todo el tiempo. La otra opción es la comprensión, el amor (…) La idea para mí es que hay una diferencia entre la ética y la moral. La ética es una construcción de principios que te haces tú; y la moral son los principios que te dicen que son buenos. Hay una monstruosidad y una extrañeza de mi parte para ir mirando gente que refuerza las cosas que ‘deberían ser’ en lugar de permitir que las cosas sean como son…”, me dijo ayer Guillermo del Toro en entrevista para Imagen Televisión. Su película La forma del agua retrata justo eso, la manera en cómo todos somos capaces de volvernos abominables monstruos o seres capaces de mostrar empatía y dar incontenibles muestras de amor.

“La idea era enseñar que en estos tiempos que corren, en los que unos sienten cómo hablan con encono hacia la otredad, hacia ‘el otro’. La película trata de proponer la idea de que el otro somos todos, somos nosotros…”, me respondió cuando hablamos de la oportunidad con la que llega su historia. Tiempos de polarización, en los que todos pensamos que tenemos la razón, que la nuestra es la única verdad posible. Que la belleza, por ejemplo, tiene un solo patrón irrefutable.

“Hay una poesía muy grande en los monstruos, en esta suerte de cuentos de hadas para adultos, muy bellos, pero matizados por la oscuridad…” y, desde esa oscuridad, Del Toro es capaz de abrir camino para las más maravillosas muestras de solidaridad, de grandeza y de ternura. Todas, emociones que somos capaces de generar, pero a los que algunos prefieren dar la espalda, cerrar los ojos, gritar más alto para evadir la musicalidad de los silencios: “Es un momento en que creo que es importante provocar en la gente la empatía. Ver el sufrimiento de la criatura, ver cómo la criatura se revela a los ojos de ciertos personajes, como una de origen divino y, para otros, la criatura es un ser deleznable o que no merece consideración. Y es la misma criatura, mostrar ese dolor para mostrar una empatía…”.

No es el primer trabajo de Del Toro que es reconocido (o abiertamente alabado) a nivel internacional. Pero tal vez, por el tiempo en que llega, La forma del agua sí es una historia de alcance global y un dardo, un marcador histórico que resulta irrefutable.

“Es una película muy personal, que me toca el alma. Es una película que viene desde muy adentro y yo necesitaba mucho hacerla. Es una película que propone un cambio narrativo…”, y en ésa, la oscuridad de Del Toro, está México enraizado: porque éste y sus matices tantos son el núcleo desde el que Guillermo confiesa entender, construir, padecer y decantar la realidad que da cuerpo a sus historias. O, como él mismo lo dijo frente a la prensa internacional tras recibir el Globo de Oro como mejor director y me confirmó ayer en la entrevista: “Hago películas que vienen del ser mexicano. El vocabulario entre lo oscuro, lo bello, la muerte, la vida, lo triste, lo alegre, es un vocabulario que viene de muy adentro y que viene de lo mexicano. No se puede conjugar de esta manera si no se tiene una raíz y un aliento sumamente mexicanos”.

Los monstruos germinan siempre en donde creemos que nunca lo harán. La belleza y el amor, también. Ésa es la lección que nos ofrece Guillermo del Toro en La forma del agua: una valiente fábula en donde nos enseña el poder del miedo, ése que nos hace dar la espalda a lo que no entendemos. Una historia que nos enseña, en pleno siglo XXI, que dar la vuelta a cualquier discurso de odio no es tan difícil, sólo es cosa de ponernos en el lugar del otro. Una fábula que nos enseña, sin cursilerías, que el amor puede mostrarse en los más cotidianos actos de empatía y gentileza. Que enamorarse es un acto de alquimia entre los vasos comunicantes de dos que no accedieron a ser condenados por sus diferencias… Monstruos, sólo los que destruyen y se autodestruyen en sus incontables actos bélicos de cobardía. Información Excelsior.com.mx

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