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El amiguismo que ahorcó al mono que quería ser un escritor satírico

Por Samuel Cortés Hamdan

Trato de hacer de mi vida un constante trampolín de oportunidades para mencionar un cuento del guatemalteco hondureño mexicano Augusto Monterroso, Tito para los amigos: “El mono que quiso ser escritor satírico”.

Esta fábula del escritor genial ofrece la fotografía contundente de una de las costumbres erosionadas de nuestra dinámica cultural. Un mono desea retratar los vicios de los grupos animales del reino, por lo que, en orden de aparición, se hace amigo de urracas, serpientes, abejas y gallinas, rumbo a la comprensión de sus dobleces, maneras, abusos, complicidades, secretos y rituales perversos y reiterados.?

Sin embargo, en el proceso de mirar también ingresa a los círculos de exclusividades y lealtad de todos ellos, por lo que al pasar de la observación a la denuncia escrita siempre se congela, temeroso de herir a quienes lo convidaron a la mesa.?

“En ese momento renunció a ser escritor satírico y le empezó a dar por la Mística y el Amor y esas cosas; pero a raíz de eso, ya se sabe cómo es la gente, todos dijeron que se había vuelto loco y ya no lo recibieron tan bien ni con tanto gusto”, concluye la bala de plata del cuentista de la brevedad y la inteligencia, a la que obliga Latinoamérica.

Si bien la vida es más importante que la literatura, la literatura es más importante que el respeto subordinado a los cotos de poder, los grupúsculos de influencia y el gran teatro del mundo en que los escritores profesionales se mueven y apuntalan entre sí: coreografía de las concordias donde nadie se estorba y nadie reconoce públicamente que el libro de fulano es llanamente malo.

Platicando con la doctora Mariana Ozuna, especialista en literatura mexicana del siglo XIX y profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, ella comentaba que a nuestra cultura nacional le falta una historia sincera de las genealogías: donde la novelista y el cuentista contemporáneos narren los vínculos con sus padrinazgos no sólo culturales, sino también políticos y económicos, ideológicos, el capital simbólico de sus familias, las rutas de influencia que, además del talento, en el mejor de los casos, los condujeron a las ediciones trasnacionales, las presentaciones de libros, las oportunidades de enunciarse en anchura.

Que los burgueses cuenten la realidad de su vida burguesa es algo que, como lectores, como testigos, como observadores de la complejidad del mosaico, puede enriquecernos deliciosamente, en su incomodidad, ironía, vileza. Mala cosa, en cambio, sería que esos mismos burgueses se finjan amigos del pueblo en sus autoficciones porque la escritura, o su apariencia, queda mejor a la izquierda. Falsearnos nos priva de la deliciosa oportunidad de la conciencia real, de la crítica que, como dijo un drogadicto de Misuri, de súbito nos muestra el almuerzo desnudo en su grotesca situación de nervaduras, crueldad y pesadez.?

Habrá que seguir participando en la fotografía de las dinámicas culturales de México, pero ojalá que siempre llamándonos, con autocrítica, a la sinceridad.?

El mono que quiso ser escritor satírico de todos modos fue castigado con aquello que temía: el desprecio vertical de sus congéneres. Y entre tanto, castrado, nos privó del agrio testimonio de su panorama moral. Información Radio Fórmula

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