viernes , abril 19 2024
Home / Opinión / El fin de semana en que perdimos la inocencia

El fin de semana en que perdimos la inocencia

Por Víctor Beltri

México perdió la inocencia durante el fin de semana. La tristeza es absoluta, y las imágenes de lo vivido en los últimos días nos asolarán durante años. Por un lado, el terror causado por quienes —en un evento deportivo, y sin que la autoridad hiciera nada al respecto— dejaron a su paso un reguero de cuerpos desnudos, inertes y ensangrentados; por el otro, la desazón al enterarse —el día anterior, y por filtraciones sospechosas— de lo que son capaces nuestras autoridades, cuando actúan de acuerdo a sus propios intereses.

¿Es este el país que queremos? ¿Es así la nación que soñamos? Lo ocurrido en los últimos días no muestra sino la radiografía de un Estado a punto de considerarse fallido, cuyos problemas son similares a los de un paciente —con cáncer— que recién ha entrado en una etapa de metástasis acelerada. Las dificultades que enfrentamos —como Estado— no se limitan a la actuación de un gobierno, ni mucho menos a los designios de un líder oligofrénico y —afortunadamente— sujeto a término constitucional.

El Estado lo constituimos todos, más allá de nuestras preferencias electorales o de quién esté al frente de la administración en funciones. El Estado comprende tanto al gobierno como a la sociedad civil, e integra —lo mismo— a los partidos políticos de oposición que a los seguidores del régimen: el Estado —y la reconstrucción del tejido social que logremos, después de esta crisis— será, a final de cuentas, lo único realmente valioso que habremos de heredar a nuestros hijos. Un Estado en el que no podemos permitirnos dejar de creer.

México perdió la inocencia en un fin de semana, pero la descomposición social que estamos viviendo lleva años gestándose, sin que nosotros mismos —ni siquiera con la opinión de representantes extranjeros— hayamos sido capaces de concentrarnos en algo que no termine acentuando la polarización que se impulsa, todos los días, desde Palacio Nacional.

Una descomposición irracional, que nos ha desgastado discutiendo —durante años— la supuesta figura histórica de un personaje resentido —y sólo ocupado en sus propios rencores— en vez de atender a los resultados de su gobierno. Las similitudes entre México y Rusia son más que evidentes, y los vínculos entre nuestro país y las administraciones sometidas al yugo de la extinta Unión Soviética pueden ser advertidos, sin mayor esfuerzo, que el resultante de una búsqueda en Google Maps.

La oposición está perdida, tanto a nivel nacional como regional y —sobre todo— económico y local: quienes habían creído que eran capaces de vencer a la administración en funciones, basándose tan sólo en el pago de sus impuestos, y el pulso de las redes sociales, en realidad no estarían comprendiendo nada de lo que está pasando en el mundo que les ha rodeado. La izquierda mexicana es atemporal, y extraña, en sus postulados: tan extraña como para no extinguirse, tan atemporal como para nunca haber actuado con congruencia.

Tan perdida, a nivel internacional, como para seguir respaldando a un chofer de autobús convertido en mandatario; tan extraviada, a nivel local, para confiar —un poco más— en quien nunca nos ha dado razones para hacerlo. La tristeza es absoluta, la desazón, acelerada: las flores irrelevantes, la descomposición social —sin embargo— más que urgente.

Éste no es el país que queremos. ¿Quién querría estar rodeado entre la pobreza y la muerte? ¿Qué sociedad libre estaría dispuesta a continuar con el sueño de una población que se resigna a la voluntad de un tirano? ¿Qué México podemos construir, a partir de dónde nos encontramos?

México perdió la inocencia durante el fin de semana. La decepción parece infranqueable, y los mensajes desoladores —así como los muertos— de los últimos días serán recordados por la población durante décadas. El protagonista no funcionó, y las cadenas productivas y sociales han terminado por romperse: el Presidente actual disimula, pero LEA sonríe al cumplir su centenario y recordar sus propias anécdotas. No todo el mundo lo entiende: en más de 40 años, en realidad, nada ha cambiado. Información Excelsior.com.mx

Compartir en:

Check Also

Un prócer para el 2022

Por Víctor Beltri Para enfrentar un problema hay que entenderlo primero. México inicia el 2022 …

Deja un comentario