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Las ranas pidiendo rey

Por Víctor Beltri

“Les grenouilles se lassant/ de l’état démocratique”. Las ranas se cansaron de vivir en democracia, según refiere Jean de La Fontaine en Las ranas pidiendo rey —Les Grenouilles qui demandent un Roi—, la cuarta fábula del tercer libro de la primera recopilación de Fábulas de La Fontaine publicada en 1668 —hace exactamente 350 años— y que no es sino una versión de la fábula 44 de Esopo, quien vivió entre la 40ª y la 54ª Olimpiada, esto es hace aproximadamente 2,600 años. Una historia, digamos, no muy reciente.

Las ranas, pues, se cansaron de vivir en democracia y pidieron a Júpiter que les concediera vivir en monarquía, con tanta insistencia que terminó por concederles su deseo. En un instante, del cielo cayó un rey que, aunque pacífico, causó un gran estruendo al caer: las habitantes del estanque, timoratas y asustadizas, corrieron de inmediato a esconderse bajo el agua, en los arbustos, entre los juncos de la orilla. En cualquier escondrijo que pudieran encontrar, y durante algún tiempo no se atrevieron a mirar la cara de quien era su nuevo monarca, y que ellas pensaban se trataría de una rana monstruosa y amenazante, dispuesta a controlarlas. No era así, sin embargo. Aquél a quien tanto temían, y que suponían un gigante sin conocerlo, en realidad no era sino un simple tronco.

Un tronco cuya solemnidad asustó, al principio, a la primera rana que se aventuró, temblorosa y con miedo, a salir de su guarida para mirarlo de cerca. Al poco tiempo otra la siguió, una más un poco más tarde y otra después, hasta que, después de un rato, la multitud de ranas había perdido el miedo y brincaba con toda naturalidad sobre el cuerpo de su monarca, quien parecía consentirlo todo, en su inmovilidad. Las ranas brincaban, felices, hasta que, al poco tiempo, los oídos de Júpiter volvieron a retumbar con los reclamos de los batracios. “No queremos a este rey”, le decían. “Queremos a un rey distinto, un rey que se mueva”.

“Un rey distinto, un rey que se mueva”. Júpiter no lo pensó dos veces y, fastidiado, dejó caer en el estanque una grulla que, sin más, comenzó a atrapar y devorar a sus propios súbditos, los mismos que hasta hace unos instantes clamaban por él y que, ahora, lloraban sorprendidos sin entender lo que pasaba. “Pero, ¿es que acaso creen que sólo estoy para complacerlos? Ahora creen que su gobierno es malo y cruel, pero no supieron cuidar lo que tenían cuando el gobierno era más benévolo y apacible, aunque no fuera tan astuto. Con este, ahora, tendrán que conformarse: no vaya a ser que, lo que le siga, sea incluso peor”.

La campaña presidencial ha terminado, con el desenlace de todos conocido. México despierta a una nueva etapa, en la que la alegría de quienes ganaron no es suficiente para terminar con la desconfianza —y la incertidumbre— de quienes no votaron por López Obrador, y de cuya colaboración necesitará para lograr un gobierno exitoso. Andrés Manuel deberá de emprender un esfuerzo de reconciliación con sus opositores y explicar por fin —como dijo que lo haría de ganar la elección— los planes que tiene para cumplir con sus propuestas, si es que existen, e incluir al país entero en su consecución, entablando el diálogo al que se rehusó durante la campaña entera.

México va a estar bien, pero requerirá del esfuerzo de todos nosotros. De quienes formarán gobierno, para trabajar con honestidad; de sus seguidores, para no caer en la tentación de la revancha. De quienes serán oposición, para ejercer un contrapeso con firmeza; de la opinión pública, para no rendirse ante la fuerza del poder. De la sociedad civil, para vigilar que así se haga; de la población en general, para exigir la honestidad —y cuidarse, también— del pejelagarto que Júpiter ha dejado caer en el estanque. Información Excelsior.com.mx

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