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¿Le gustaría regresar a los 70 en materia económica?

Por Ángel Vergudo

Una de las demostraciones más evidentes de la doble moral con la que juzgamos todo, está en lo que pensamos acerca de la apertura económica y nuestra incorporación a la globalidad. Por un lado, las consideramos como lo peor que nos pudo haber pasado; por el otro, disfrutamos los beneficios que ambas nos proporcionan, casi sin advertirlo, todos los días.

Esa doble moral es propia de quienes, por razones políticas, critican los cambios que han debido hacerse; como consecuencia de ellos, ¿por qué esperar que no los hubiese?; algunos pocos perderían privilegios acumulados durante decenios y otros, los muchos, se verían beneficiados por la competencia y el regreso de una libertad para decidir qué escoger en el mercado, la cual les había sido arrebatada.

Cuando usted va al autoservicio o al tianguis que le viene mejor, ¿qué piensa ante la diversidad de productos que ve? ¿Tiene idea del origen de esa carne de cerdo, o de la fruta que lo atrae? ¿Y qué dice de los productos enlatados y a buen precio? ¿Acaso muestra molestia ante lo que a la vista le parece suculento –sin conocer su origen– y los clientes chulean, consecuencia de la apertura de la economía y la inserción en la globalidad?

Eso y más, aun cuando no lo aceptemos y tampoco entendamos, son las ventajas y beneficios de la apertura económica y la participación en la globalidad; así como nosotros disfrutamos de productos importados de Chile y Estados Unidos por ejemplo, así los consumidores en esos países disfrutan de los productos que les exportamos, o los que compañías mexicanas fabrican en esos países.

¿Tiene usted hijos pequeños? ¿Los ha visto disfrutar juguetes o ropa cuyo país de origen desconocen, tanto usted como ellos? ¿Y qué me dice de su teléfono inteligente, los juegos de sus hijos y la tableta con la que aprenden y se entretienen? Podría continuar enlistando productos y servicios que son útiles para nosotros los cuales, no sólo nos hacen la vida más llevadera sino también contribuyen a elevar nuestra calidad de vida y, ¿qué ganaría? ¿Acaso usted lo desconocía?

Sin duda, de ser usted uno de los opositores de la apertura y crítico de la globalidad, me daría la parte contraria: industrias que han debido cerrar y obreros sin trabajo, y varias situaciones más que, sin duda, además de ciertas son el lado negativo en toda economía que se abre.

Ante eso que usted describiría, le haría esta pregunta: ¿Es deseable detener esos cambios con miras a mantener empresas –si me permite llamarlas así, aun cuando no lo sean– cuyos productos, malos, caros y feos debido a la economía cerrada y la sustitución de importaciones que la soporta, usted debió adquirir durante decenios para que sus propietarios se enriquecieran a niveles ofensivos, en complicidad con burócratas corrompidos?

¿Estaría dispuesto entonces a perder lo que en párrafos anteriores he comentado y mucho más, en aras de regresar a los años cuando el acedo y perverso nacionalismo revolucionario nos mantenía aislados del mundo? ¿Cambiaría lo que hemos logrado en materia económica como consecuencia de la apertura –con todos los defectos, limitaciones e injusticias–, para regresar a los años setenta del siglo pasado?

Es más, con miras a echar abajo los cambios legales que ha posibilitado la apertura de nuestra economía y denunciar el Acuerdo de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá –NAFTA–, ¿aceptaría que la Constitución que hoy nos rige fuera derogada, para sustituirla con la que se promulgó el 5 de febrero del año 1917, hace 101 años?

¿Ya pensó que clase de país era México hace 101 años? ¿Se atrevería a tomarlo como modelo para que reemplazare al México actual en el cual, con todos sus defectos y limitaciones, vive usted y su familia?

¿Ya sabe quién propone esa locura, inviable por donde la quisiere ver? Sí, ése es; luego entonces, ambos sabemos quién.

Información Excelsior.com.mx

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