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No se puede seguir así

Por Jorge Fernández Menéndez

Qué bueno que el presidente López Obrador, aunque sea en un video que podría haber sido producido por su peor enemigo (muy desafortunado en forma y fondo), haya finalmente aparecido en público una semana después de que se confirmara que tiene covid. Se ve que su estado de salud no es el ideal y que la enfermedad lo ha golpeado, pero también se percibe a un hombre que está sorteando ese mal paso y, ojalá, sinceramente, siga así.

Al Presidente le queda, por lo menos, una semana de convalecencia. Al país ya no le queda tiempo. Se acumulan los datos que hacen presumir que este 2021 también puede ser terrible para México, convaleciente aún de los costos de covid y de una larga suma de malas decisiones sanitarias, económicas y políticas. En realidad, el país no puede seguir así y, en estos días, fuera del ajetreo cotidiano, sería muy importante que el propio Presidente y su gente más cercana lo analizaran con seriedad.

Las cifras de decrecimiento económico de 2020 han sido brutales: 8.5 por ciento de la caída del PIB, la más alta de la historia. La destrucción de empleos, empresas y riqueza que eso implica parece ser subestimado, sobre todo si escuchamos la forma en que se refirió a ello el Presidente en el video del viernes. Se habla de 647 mil empleos formales perdidos el año pasado, pero el Banco de México, al dar la cifra de la caída del PIB, ajustó la pérdida en una mucho más realista: 12 millones de empleos.

Y todo sin apoyos materiales y fiscales a las empresas y los trabajadores. Pareciera que la única política posible es seguir dando pequeños apoyos individuales y a partir de allí esperar que el mercado (o la economía de Estados Unidos) nos rescate, sin comprender que en estas condiciones no podremos ser ni siquiera un furgón de cola del tren estadunidense cuando comience en ese país la verdadera reactivación cuando su población, a diferencia de las nuestra, esté mayoritariamente vacunada.

Si la forma en que fue tratada la pandemia ha sido un desastre, peor aún parece ser el del plan de vacunación. Hay que insistir en que sólo se conoce un cronograma tentativo, que las vacunas que se dice tener aseguradas no lo están más allá de promesas, en algunos casos por responsabilidad interna, en otras por los problemas de abasto globales. Se está apostando por vacunas, como la Sputnik V, más baratas, pero que aún no tienen certificación internacional. El propio plan parece ser una suma de ocurrencias: se vacuna a los maestros de Campeche (una de las zonas de menor incidencia de la enfermedad en todo el país) cuando aún no se termina de vacunar a todo el personal sanitario, se vacuna a esos militantes llamados Siervos de la Nación antes que a los médicos, odontólogos y personal sanitario del sector privado, y se hace, vaya paradoja, provocando tumultos de donde saldrán muchos más contagiados antes de que la vacuna haga efecto; se dice que se están haciendo citas y confirmando la vacunación de personas mayores de 60 años, pero en realidad lo que se está haciendo es localizar por teléfono a las personas que están en las listas de apoyos sociales de la tercera edad. Y todo parece una operación más electoral que sanitaria.

Sin un programa de vacunación serio y realizado profesionalmente, con intervención de todos, no habrá posibilidades de reactivar la economía: no puede haber un despegue económico, aunque sea parcial, con más de mil muertos diarios de covid, con millones de contagiados, con empresas y negocios cerrados y gente confinada. La vacunación es esencial para poder recuperarnos, aunque sea muy parcialmente. Tenemos una enorme experiencia en planes de vacunación, pero en forma desconcertante, la misma, al igual que las instituciones que las realizaban, han sido desechadas, así como todo el sistema público-privado en el que se asentaba.

Se dice que no hay recursos y es verdad, en dos años se ha gastado todo el fondo de contingencia económica que dejó la anterior administración (más de la mitad se gastó antes de que surgiera la pandemia), pero las pérdidas que generan Pemex, la CFE, el sector energético en general, son muy superiores a ello; las inversiones privadas, sobre todo las energéticas, que podrían detonar la economía, están paralizadas por desconfianza y falta de seguridad jurídica; la inversión pública en proyectos como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, e incluso el aeropuerto Felipe Ángeles, pierden sentido en esta época.

La experiencia indica que habría que impulsar todo tipo de inversiones privadas e invertir recursos públicos en pequeñas y multitudinarias obras pequeñas, sobre todo de mantenimiento de infraestructura, muy deteriorada por la austeridad: ahí están el incendio del Metro o la caída del centro de operación aéreo, que dejó durante más de media hora a ciegas el espacio aéreo del centro del país. Pero para eso se necesita financiar, tener una política fiscal ad hoc y descentralizar.

Todo gira en torno a la pandemia y su salida. Se entró mal en ella y el plan de vacunación, junto con la errada política económica, profundizan el error. La única posibilidad, con sensatez y sentido común, es dar un golpe de timón que cambie una estrategia que retroalimenta el camino a la crisis perpetua. Información Excelsior.com.mx

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