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Un día de coronavirus

Por Francisco Zea

Sin duda, son tiempos aciagos. Todo es motivo de discusión, todo es político. De verdad que resulta tremendamente cansado. No hay nada que no se vaya a englobar. Las filas de la disputa política.

Mientras ésta es la forma de comportarse de nuestros políticos, los ciudadanos de a pie siguen tardando días en obtener una cama de hospital. Encontrar al abuelo Pedro, con dificultades para respirar, conseguir un oxímetro, comprobar que su oxigenación es de 65% y que eso encienda las alarmas. Empezarse a preguntar entre toda la familia qué sigue: ¿A dónde lo llevamos? ¿Qué debemos hacer?

Esta enfermedad nos ha tomado tan desprevenidos que las respuestas a estas dos simples preguntas son tan distintas en cada caso y tan disímbolas en cada caso que en la respuesta oportuna y correcta se debate la vida de un mexicano.

La familia García despertó un viernes con tranquilidad, el patriarca despuntaba algunas molestias, ninguna para preocuparse. A las 9 de la mañana sus molestias, que empezaron con un poco de tos, ya se habían multiplicado e incluían dificultades para respirar. A las 10 de la mañana el patriarca ya estaba en el coche de uno de sus hijos que planeaba llevarlo a evaluar a un hospital militar, a las 10:15, iniciando el trayecto, el abuelo ya no estaba respirando normalmente, de hecho, esta función se estaba volviendo un suplicio. El hijo tomó la determinación de llevarlo a un hospital más cercano. En específico el INER, que ha sido el epicentro de la lucha y el conocimiento en contra de covid. A las 10:43, antes de poder llegar a calzada de Tlalpan, en donde está el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias, el patriarca murió sin siquiera poder tener un doctor junto que pudiera explicarle cómo demonios sus pulmones abandonaron toda posibilidad de darle oxígeno.

Esto que acabo de describir es una crónica novelada y sintética de lo que pasó con el padre de un muy cercano y sempiterno colaborador. Pero estoy cierto que se puede repetir, cambiando algunos signos de puntuación por miles.

¿Cuánto dolor innecesario? Cuántas lágrimas y cuántas familias incompletas. A ver: me queda claro que gran parte de esta realidad no puede ser totalmente endilgada a la estrategia federal de lucha en contra del pinche virus. ¿Pero cuántas vidas se hubieran salvado si el lambía, no del doctor Chimoltrufio, hubiera recomendado públicamente el uso del cubrebocas al Presidente? Que, por sus videos como en alma en pena palaciega, evidentemente la está pasando mal.

Y que quede claro, no he hecho esta crítica de López-Gatell de contentillo. De hecho, no me parece un antes y un después el libro Un daño irreparable: La criminal gestión de la pandemia en México, de Laurie Ann Ximénez, porque, independientemente de los aciertos científicos de su obra, no ha cambiado nada que no fuera señalado por periodistas y entendidos al respecto de su desastroso ejercicio.

Si algo podemos desear los mexicanos después del contagio de covid del Presidente es que sea sensible de que este virus es un golpe de mula en el cuerpo, y que la irresponsabilidad de su vocero en el tema minimizándolo le merezca una patada en salva sea la parte y lo mande lejos para nombrar al frente a alguien que no sea displicente al respecto.

No dejo de reconocer los ataques políticos que se asociaron con la salud del Presidente. Pero de la misma forma debe darse cuenta de la poca eficacia de su aparato de comunicación social fuera de las mañaneras. En el ejercicio tempranero, los mensajes fluyen por los canales del circo diseñado por su vocero. Pero si se trata de un asunto de Estado, nadie cree en su ejercicio de comunicación social que no sea encabezado por él.

Por un lado, es maravilloso para un mandatario que es el país entero. Pero cuando necesite mandar mensajes poderosos, para la gobernanza, para el buen funcionamiento del país, si su aparato de vocería es tan cuestionado, al grado de esperar una prueba de vida, debe de entender que falló.

En suma, ciudadano, si el bicho asqueroso le dolió, le puso en cama, usted sensible como lo sé, imagine cómo golpea a aquellos que usted decidió defender. El asunto no es menor, la falta de atención, los muertos y las lágrimas irreparables. El dolor se extiende a las más de 158 mil muertes de mexicanos que, según el fallido experto que usted —como leal jefe ha apoyado— designó para manejar la pandemia, mal calculó ya en casi más de 100 mil muertos adicionales, de ese escenario muy catastrófico de 60 mil muertos. Ciudadano, si le dolió el pecho en este trance, sea empático y entienda que no debe de rendir la posición, sino cambiar de alfil y, si no, su proyecto pagará el jaque mate. Información Excelsior.com.mx

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