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Putinización

Por Pascal Beltrán del Rio

El fenómeno ya es notable en Rusia, Turquía y Arabia Saudita, entre otros países.

Es evidente la forma en que los líderes de esas naciones –Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdoğan y Mohámed bin Salman, respectivamente– han concentrado poderes mediante la marginación de sus rivales políticos y apuestan por mantenerse en el poder por una gran cantidad de años.

Los llamados “hombres fuertes” parecían cosa del siglo pasado, propio de los dictadores que, habiendo tomado el control de su país mediante una guerra civil o un golpe de Estado, anulaban las reglas de acceso al poder y gobernaban por la fuerza de las armas.

Este tipo de nuevo mandamás posee una característica que no tenían aquéllos: parecen usar las reglas del sistema para obtener el control torciéndolas para su ventaja.

Quizá ahora haya que dar la bienvenida a ese club al líder chino Xi Jinping, pues, el fin de semana, el Comité Central del Partido Comunista –del que Xi es secretario general, entre otros cargos que detenta– dio un paso definitivo para anular la limitación de ocupar por más de 10 años la jefatura del Estado, una posición que en occidente se traduce de forma equivocada como “presidencia”.

En mandarín existe una palabra que se traduce como “presidente”, que es zongtong. En los medios chinos es la que se usa para denominar el cargo que ocupan Donald Trump, Emmanuel Macron y Enrique Peña Nieto, entre otros mandatarios.

El que detenta Xi Jinping –y antes que él lo hicieron Hu Jintao (2003-2013) y Jiang Zemin (1993-2003)—es guojia zhuxi, que se traduce como jefe del Estado.

Dicha institución fue creada en 1954 para Mao Zedong, pero luego cayó en el desprestigio cuando el fundador de la República Popular China arrebató el poder a su sucesor escogido, Liu Shaoqi, y se eternizó como dirigente del país.

Entre 1975 y 1982, la Jefatura del Estado dejó de existir, pero fue revivida por la Constitución de ese último año, bajo el mandato de Deng Xiaoping, quien dirigió los destinos de China en la década de los 80 e imprimió los cambios económicos que en buena medida siguen vigentes hoy.

Desde su toma de posesión en 2013, Xi se ha convertido en uno de los mandatarios más poderosos de la historia posrevolucionaria de China, a la altura de Mao y Deng.

Su gestión se ha caracterizado por el culto a la personalidad del líder, su presencia constante en los medios de comunicación y una campaña contra la corrupción que ha permitido a Xi desbrozar el camino de potenciales rivales con el encarcelamiento de cerca de un millón de personas.

A diferencia de lo que ocurrió en 1997 y 2007, a la mitad de los decenios de Jiang y Hu, cuando el nombre del sucesor potencial había emergido y comenzó el proceso de reemplazo en el mando, eso no ha ocurrido ahora.

En lugar de ser el escenario para anunciar quién se perfilaba para sustituir a Xi al final de su segundo periodo de cinco años, el XIX Congreso del Partido Comunista Chino, celebrado en octubre pasado, confirió al jefe de Estado el raro honor de que el “pensamiento Xi” fuese incluido en los estatutos de la organización, cosa que sólo había ocurrido con Mao.

Aunque Xi tendría que dejar el poder en 2023, el proceso en marcha parece garantizar su permanencia en el cargo supremo del país mucho más allá de ese año.

Se espera que el próximo 5 de marzo, cuando se reúna nuevamente la Asamblea Nacional Popular –el parlamento chino– sea sometida a discusión la posibilidad de que se extienda el mandato de Xi, quien, además, seguramente dejará de estar sujeto a la regla no escrita de abandonar todo cargo de responsabilidad a los 68 años de edad (actualmente tiene 64).

Sin las dificultades que entraña para el ejercicio del poder la democracia occidental, la República Popular China se apresta a convertirse en la primera potencia mundial guiada por un “hombre fuerte” que está concentrando el poder en un proceso que muchos sinólogos no dudan en calificar como la “putinización” del gigante asiático.

Buscapiés

Más allá de las motivaciones y los objetivos de la investigación sobre el presunto lavado de dinero en que incurrió Ricardo Anaya, uno de sus efectos ha sido reducir el impacto mediático del puntero de las encuestas, Andrés Manuel López Obrador. Hace varios días que el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia ha dejado de fijar la agenda a los demás aspirantes como lo hacía cuando hablaba de submarinos y medicamentos para bajar la presión. Información Excelsoir.com.mx

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