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Aunque no quieran, los otros dos deberán hablar de futuro. ¿Podrían?

Por Ángel Verdugo

En no pocas ocasiones he comentado de esa perversa inclinación natural de nosotros los mexicanos, de adorar el pasado; de querer venderlo como el mejor de los futuros, como solía acusar a los priistas el
finado Carlos Castillo Peraza.

El pasado nos seduce y encanta porque, de entrada, nada nos exige; porque nada se puede hacer con él, salvo adorarlo. Por el contrario, el futuro nos aterra; genera un pánico que nos ciega. ¿Por qué? Porque hay que construirlo; nada de esa tontería que suelen repetir los cursis: el futuro que nos merecemos.

Si la conducta anterior fuere válida para el mexicano de a pie, más lo sería para quienes integran eso que hemos dado en llamar Clase Política. Es muy difícil encontrar un político mexicano —que ande a la búsqueda del voto ciudadano—, hablar responsable y correctamente del futuro, de ese tiempo político que les causa pavor.

Lo anterior no significa que los políticos, en su discurso, no mencionen El Futuro; lo hacen muy frecuentemente, mas no de manera correcta. Hablan de ese tiempo en la forma más general e inocua posible, sin precisión alguna. No se atreven a decirle al ciudadano que los oye —porque muy pocos son los que los escuchan—, que ese tiempo casi idílico que le dibujan, debe ser construido.

Menos le dicen que, para sentar las bases de ese proceso de construcción habría que tomar, de entrada, decisiones impopulares y dolorosas. El político ve con claridad meridiana y los menos perspicaces lo intuyen, que decirle eso a un elector promedio significaría la pérdida de su voto, y una pésima imagen como político: no viene a darnos, vendría a quitarnos dirían no pocos.

En consecuencia, el tiempo en el que nuestros políticos suelen moverse, no es otro que el pasado o el antepasado y, como dije arriba, el futuro es mencionado sin precisión alguna, casi de pasadita. Hoy, cuando para todo fin práctico ya hay tres candidatos (Anaya, López y Meade), empezó la campaña; si bien la ley no lo permite, la realidad toma esa ley absurda y sin la menor consideración por las formas y las buenas costumbres, se la pasa por el Arco del Triunfo.

Sin embargo, parece que las cosas empiezan a cambiar en el quehacer político mexicano en materia del discurso de los políticos; apareció alguien, que de manera clara y sin la menor vacilación, empezó a hablar del futuro y de sus consecuencias para todo el mundo. Quien así lo hizo, es el de facto candidato del PAN-MC-PRD: Ricardo Anaya. Ante esto, que para no pocos es un verdadero sacrilegio, la única salida de los otros dos —López y Meade— será, sin duda alguna, si no hablar claramente del futuro, al menos intentarlo. López, impedido por múltiples razones que van de la ignorancia a la incapacidad para entender a cabalidad los cambios registrados en el mundo estos últimos años, seguirá refugiado en ese reducto de antepasado que aún hoy, alimenta las ilusiones de millones que han vivido siempre del gasto público, y los subsidios y las dádivas.

Meade, en cambio, sabe que no hay otro camino que hablar del futuro, y de los requisitos para sentar las bases del proceso de construcción del mismo. De atreverse, téngalo por seguro, los primeros perjudicados serían los candidatos del partido al que pidió lo hicieran suyo. ¿Se atreverá Meade, o dejará el campo libre a Anaya para que sea éste, el único que hable del futuro?

¿Qué piensa usted? ¿Le gustaría que le hablaren del futuro y de las medidas impopulares y dolorosas? Información Excelsior.com.mx

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