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¿Cómo le fue en el Buen Fin?

Por Ángel Verdugo

Al preguntarle a un amigo que se dedica a analizar lo relacionado con la distribución de mercancías en general, cómo definiría lo que vemos en México con El Buen Fin, su respuesta me pareció, además de objetiva, de una dureza sin par, la cual nos pinta de cuerpo entero. Me respondió, como dice la canción, Suavecito, lo siguiente: Gastar lo que no se tiene, para adquirir lo que no necesitamos.

Por encima de las consideraciones posteriores con las cuales me explicó las excepciones a esa definición, no sé usted, pero yo coincido con él. ¿Y usted?

¿Qué clase de consumidor es usted? O más generalmente, ¿cuáles son los hábitos de consumo de quienes integran su círculo más cercano —familia y parientes—, sus amigos y conocidos, así como los colegas en su actividad profesional? Usted y todos ellos, ¿qué compraron en este Buen Fin? ¿Otra pantallota? ¿Y qué han hecho todos ellos, usted incluido, con las deudas contraídas en los Buenos Fines más recientes? ¿Las liquidaron ya o como a muchos, les aumentaron su límite de crédito para poder adquirir esto o aquello?

El consumo privado en una economía abierta es, en no pocos países en los tiempos que corren, una parte importante —en algunos casos fundamental— del crecimiento económico. En aquellos casos de economías recién abiertas e integradas a la globalidad, el consumo de decenas de millones alcanza dimensiones casi explosivas.

Los años de privaciones de mercancías importadas, dan paso a niveles de consumo de locura; esto se explica, en parte, por la revancha de los consumidores en venganza porque, durante decenios, un grupo de negociantes coludidos con lo peor de una burocracia corrupta e ignorante los mantuvo en el aislamiento casi total, en lo que se refiere a la oferta de productos con la última tecnología, y características que satisfacen los gustos más exquisitos y caprichosos.

De ahí, pues que los consumidores, al ver la avalancha de productos novedosos y atractivos, tanto en calidad como en precio, se lanzan a comprar en una muestra de animalidad consumista: Compro todo, porque de eso nada tengo. Sin embargo, a medida que la apertura se consolida y la integración a la globalidad se vuelve algo normal y cotidiano, aquella irracionalidad empieza a convertirse en una serie de decisiones racionales donde, ya no se compra a ciegas, sino como resultado de un análisis más o menos concienzudo del bien a adquirir.

Dicho de otra manera, aquel consumidor compulsivo empieza a dar paso al que pregunta, compara precios y calidades y las características del bien que satisfaría la necesidad que busca resolver. Hoy, cuando estamos cumpliendo 30 años de apertura económica e integración a la globalidad, ¿podemos afirmar que los mexicanos somos buenos consumidores?

Mi respuesta a esta pregunta es un rotundo ¡no! Con pocas excepciones, arriesgo la afirmación de que no nos caracterizamos, después de tres decenios de apertura, por ser lo que en otros países llaman buenos consumidores o si lo prefiere, consumidores informados. Para decirlo más claro utilizaría esta frase: Compramos con la víscera, no con la neurona.

Es aquí, cuando aparece El Buen Fin y la avalancha mediática mediante la cual, las empresas distribuidoras de lo habido y por haber junto con el sector público, en vez de aconsejar prudencia y mesura al consumidor, lo estimulan a que consuma y consuma; poco importa si la compra es a crédito cuando, es evidente, las tasas de interés para los créditos al consumo subirán más todavía.

¿De qué se trata entonces, de elevar artificialmente las tasas de crecimiento de ciertas actividades y sectores de la economía? ¿Acaso el sector público tiene un contrato con los fabricantes chinos, taiwaneses y coreanos, para colocar inventarios acumulados a una masa de cientos de miles de consumidores mal informados?

Y usted, ¿cuántas pantallas compró? ¿Cómo, sólo dos?

Información Excelsior.com.mx

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