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¿Cuándo entenderemos las causas reales de nuestros problemas?

Por Ángel Verdugo

¿Qué respondería usted a la pregunta del título? ¿Acaso, como me respondió un buen amigo, ¡jamás!? Sin poner en duda o intentar siquiera cuestionar su respuesta, me viene a la mente una de las primeras cosas que aprendí en mi queridísima escuela, la Escuela Superior de Física y Matemáticas —allá por los primeros meses del año 1964—; algo tan sencillo que todavía hoy no deja de sorprenderme: El principio de la solución de todo problema, es comprenderlo.

Hoy, al tratar de aplicar eso que tengo bien presente, topo con pared; a los que trato de convencer de que los graves problemas estructurales que padecemos desde hace decenios deben, antes de cualquier otra cosa, ser entendidos en su cabalidad y comprendidos de manera objetiva, aun cuando muestran voluntad para ello, lo digo sin ánimo alguno de ofender, no saben cómo.

Carecen de la menor disciplina mental para acercarse a un problema y así, poder determinar los elementos centrales que lo definen; carecen, en pocas palabras, de método alguno que les permitiría, como digo en el título, entender el problema, para de ahí empezar a construir la solución.

Si frente a esa realidad —resultado natural y único posible del nivel a ras del suelo al que ha llegado la calidad de la educación impartida en México, tanto la pública como la privada con sus honrosísimas excepciones en ambos casos—, intentare responder cuándo estaríamos en condiciones de entender las causas de nuestros problemas, coincidiría obligadamente con mi amigo: ¡Jamás!

¿Duda de lo que afirmo en los párrafos anteriores? Haga una prueba sencilla con dos temas; el primero: Los precios de los combustibles y el porqué del precio tan elevado de cada uno, y el segundo, las causas del desastre del campo mexicano.

Si nos atuviéremos a los comentarios que algunos lectores de columnas periodísticas escriben en los espacios dedicados para ello por parte del medio, llegaríamos a la conclusión que los problemas se deben, casi siempre, a la corrupción desmedida, sempiterna y ofensiva de los funcionarios o si lo prefiere, de los políticos.

Si el responsable del texto comentado se atreviere a cuestionar esa explicación por simplista, la casi única respuesta sería la clásica y eufónica mentada de madre. La pregunta surge incontenible: ¿Cuándo entenderemos las causas reales de nuestros problemas?

¿Por qué en otros países, un buen número de ciudadanos intentan entender el problema y verlo en su integralidad para definir y priorizar sus causas? ¿Por qué ahí sí dejan de lado el insulto y tratan de analizar los problemas? ¿Acaso es algo excepcional lo que hacen? Nada tiene de extraordinario; es el resultado natural de una educación de calidad en todos sentidos, en la transmisión de conocimientos y en los valores cívicos que desde temprana edad aprenden.

¿Tenemos esa educación en México, tanto la que se refiere a la transmisión de conocimientos como la que tiene que ver con lo público y la vida en democracia? La respuesta, pienso que coincidimos, es ¡no! En consecuencia, ¿es tiempo perdido insistir que debemos, antes de cualquier otra cosa y de lanzar insultos y la mentada de rigor, entender de qué se trata un problema? Pienso que no lo es.

Dada pues nuestra realidad, evidente en todo ámbito de la vida nacional, le pido que aunque nos cubran de ofensas y mentadas de madre y ser acusados de corruptos, sigamos intentando convencer de que El principio de la solución de todo problema, es comprenderlo. Información Excelsior.com.mx

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