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¿Cuánto más aguantaremos?

Por Ángel Verdugo

Es un viejo y desgastado lugar común afirmar que los mexicanos somos eso que Rius llamó Los Supermachos primero, y posteriormente Los Agachados. Es más, nunca falta en casi toda tertulia el que afirma —con una pose casi doctoral—, que a México han intentado acabarlo desde hace siglos y no han podido; da a entender —con la contundencia que sólo puede dar la ignorancia del tema en comento—, que los mexicanos y el país entero son capaces de soportar todo, siempre.

Lejos estoy de compartir dichas expresiones y posiciones derrotistas; sin embargo, debo reconocer al mismo tiempo el éxito de los mecanismos de control político e ideológico desarrollados a partir de los años de la presidencia de Lázaro Cárdenas —el padre del populismo mexicano— los cuales, al paso de los años, fueron mejorados y hechos suyos por los políticos de todos los partidos y colores del espectro político mexicano.

Luego entonces, sería mi posición, los mexicanos no somos en modo alguno agachones, dejados, supermachos y resignados sempiternos por naturaleza o por definición; lo que sí somos, imposible negar lo más que evidente, es producto acabado de aquel mecanismo de cooptación y control del cual, en los tiempos que corren, batallaríamos para encontrar otro que hubiese alcanzado tal eficiencia.

De estar de acuerdo conmigo, le preguntaría entonces: ¿cómo lograr ganarle a esos mecanismos que por lo que vemos y padecemos hoy, están más sanos y fuertes que nunca? ¿Cómo negar su eficiencia para cooptar y controlar a decenas de millones de mexicanos frente a las muestras casi iguales al fanatismo musulmán?

México es hoy, para todo fin práctico, un país de zombis; un país de decenas de millones de personas que han abdicado de toda capacidad analítica para entregarse —de manera ciega y acrítica—, a una visión de la gobernación la cual, para aceptarla de esa manera se requeriría carecer de dos dedos de frente.

Otra vez pregunto: ¿cómo lograr ganarle a esos mecanismos que por lo que vemos y padecemos hoy, están más sanos que nunca? Es más, complemento la pregunta: ¿es posible derrotarlos para lograr que esas decenas de millones de mexicanos recuperen su capacidad crítica perdida?

Pienso que no únicamente es factible derrotarlos, sino que es imperativo trabajar para hacer realidad lo que hoy es, en no pocos mexicanos, un simple deseo dada la profundidad de la mentalidad sumisa inculcada en aquellas decenas de millones.

En consecuencia, si lo que buscáremos fuere reducir el tiempo que permaneceríamos agachados y sumisos, deberíamos empezar por entender que estamos ante una tarea no fácil, y menos que podría darse en un tiempo muy corto, o simplemente corto. No perdamos de vista que lo que buscaríamos sería, hacer realidad un profundo cambio cultural el cual, de entrada, una vez logrado, el ciudadano estaría dispuesto a exigir sus derechos y a criticar las limitaciones y desatinos de todo gobernante y su gobierno.

La tarea pues, iría más allá del actual gobierno y su paupérrimo desempeño y su visión autoritaria. El cambio cultural al que aspiraríamos, pretende construir una verdadera ciudadanía no una versión actualizada del pensamiento acrítico y complaciente ante el gobernante y el poderoso que hizo realidad Lázaro Cárdenas.

Cada uno de los que tenemos consciencia del daño que genera la complacencia cómplice para el país y los mexicanos, que hoy raya en lo ofensivo, debemos analizar cómo, en los diferentes ámbitos de nuestra vida, podríamos contribuir a concretar aquel cambio cultural.

De trabajar en esa dirección y con ese objetivo en mente, contribuiríamos a la tarea menos egoísta de nuestras vidas: trabajar para que nuestros hijos y nietos vivan en un mejor país y disfruten de un México más democrático y más justo.

¿Qué dice? ¿Se animaría a hacer un esfuerzo por mínimo que fuere, para empezar a sentar las bases de un mejor futuro para las siguientes generaciones? Si tuviere dudas, le pido piense en esta situación: ¿qué le contestaría a sus hijos y nietos en diez o quince años cuando, viéndolo ellos a los ojos le preguntaren: ¿por qué nada hiciste para evitarnos esta tragedia?

¿Imagina usted la actitud de admiración y respeto cuando les hiciere un relato pormenorizado de sus esfuerzos para evitarles lo que estarían enfrentando? ¿Y si nada tuviere que decir, y bajare los ojos avergonzado debido a su pasividad cómplice? ¿Lamentaría nada haber hecho?Información Excelsior.com.mx

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