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El desastre del campo mexicano, y el éxito en otros países

Por Ángel Verdugo

Una frase en el discurso de uno de los precandidatos en (pre)campaña —durante la conmemoración del aniversario 103 de la promulgación de la Ley Agraria del 6/01/1915—, me lleva a comentar con usted algunas ideas acerca del campo mexicano, el cual, sin eufemismo alguno, es el desastre que con un celo digno de mejor causa hemos construido desde el 5 de febrero mismo del año 2017, cuando se aprobó el texto del artículo 27 de la Constitución que nos rige.

Si bien, dicho artículo ha sufrido modificaciones durante los 101 años transcurridos desde aquella fecha, lo dañino para el campo y su desarrollo, la productividad y el aprovechamiento eficiente de los recursos de todo tipo que intervienen en la producción agrícola, pecuaria y forestal, ahí siguen intocados, y lo peor, venerados como como si fueren Los Diez Mandamientos.

Asimismo, hay otro sector perjudicado que nadie parece tomar en cuenta: Los hombres del campo sin importar que sean jornaleros, ejidatarios, comuneros o pequeños propietarios.

Este espacio económico, el campo mexicano, donde con dificultades sobreviven en una situación ofensiva e intolerable millones de los más miserables entre los miserables en México, es olvidado por la casi totalidad de quienes dicen ocuparse de nuestros problemas estructurales.

Hoy, al igual que hace seis años, el doctor Héctor Aguilar Camín ha dado a conocer un libro: ¿Y ahora qué? México ante el 2018, el cual, con ligeras variantes a uno similar escrito por él y el doctor Jorge Castañeda hace seis años por estas mismas fechas, se ocupa de lo que a su juicio —y el de más de 30 especialistas en diversos temas relacionados con los problemas estructurales del país— debe hacerse para enfrentarlos y, quiero pensar, sentar las bases de su solución.

Sin entrar en los detalles de esa publicación, característica que también se presenta en la de hace seis años, debo decir que lo que más me sorprende de lo ahí escrito es la ausencia del campo mexicano y la tragedia que es hoy.

¿A qué se debe este desdén —en ambas publicaciones— de un tema que es el gran lastre de nuestra modernización en todos sentidos? ¿Por qué ignorar a más de 20 millones de miserables que a cuestas llevan no sólo su miseria, sino también el ninguneo y desdén de tanto estudioso? Éstos hablan y recomiendan generalidades de tantos problemas en ¿Y ahora qué?, entre los cuales, no está el campo mexicano.

¿Acaso no tienen interés alguno en conocer qué y cómo han hecho Chile, Argentina, Brasil y Perú para aprovechar de manera eficiente su campo? ¿El tema no es lucidor? ¿Luce más luchar en contra de la corrupción?

¿Tanto investigador del atraso económico del país, habrán leído alguna vez el texto del artículo 27 de la Constitución, muy especialmente su fracción XV? ¿Y el capítulo IV del excelente libro del doctor Isaac M. Katz, La Constitución y el desarrollo económico de México? ¿Y el muy reciente El derecho de propiedad y la Constitución mexicana de 1917, de Emilio Rabasa Estebanell publicado por el FCE?

¿Qué hacer entonces con el campo mexicano? ¿Dejarlo en manos de burócratas que han endiosado la exportación de berries y una balanza superavitaria, mientras millones de miserables se debaten en el hambre y la desnutrición, y la peor marginación que podamos imaginar? ¿Acaso piensan, como el bien intencionado (pre)candidato, que todo es un problema de crédito?

Bien se nota que el campo —para todos ellos, incluido el (pre)candidato—, no es su campo. Información Excelsior.com.mx

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