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Lo más seguro es que aquí también veamos ese rechazo

Por Ángel Verdugo

Sin duda, está usted enterado del revuelo e impacto que causó, primero, la candidatura de Emmanuel Macron con miras a buscar la Presidencia de la República Francesa y, segundo, de los éxitos políticos logrados durante los primeros meses de su gobierno.

Fue de tal magnitud la paliza que recibieron los partidos tradicionales —tanto de izquierda como de derecha—, que ni los cálculos más optimistas imaginaron las modificaciones legales que lograría concretar Macron. El torbellino electoral que sacudió Francia hacía ver a Macron como imbatible ya en la Presidencia, y no pocos, incluidos algunos adversarios, imaginaron lo peor al pensar que ese ritmo frenético continuaría indetenible.

Pero como dice el refrán, uno propone, Dios dispone, llega el diablo y todo lo descompone. Hoy, las cosas en Francia parecen empezar a descomponerse; es tal la caída de los índices de popularidad de Macron, que ya los analistas hablan de una necesaria y obligada recomposición y de ajustes no menores del rumbo de su gobierno.

Las causas de esa pérdida de popularidad, y el rechazo de los electores, así como de partidos y organizaciones diversas se deben, entre otras cosas, al desencanto del francés promedio dadas las altas expectativas que Macron generó entre el electorado en términos de obtener más beneficios, no de perder algunos.

La maldición de pretender hacer a un lado a la realidad (esa señora fea y terca que no cesa de tocar y tocar la puerta hasta hacernos desesperar) se concreta, y Macron, aquél que se ilusionó con la fuerza obtenida en las urnas —aunada a los problemas estructurales de una Francia anquilosada—, debe reconocer que se equivocó; que los cambios estructurales —si bien necesarios y urgentes— que vislumbró, tomará más tiempo concretarlos.

La razón es fácil de entender, sólo un necio no sería capaz de verla, y también, un iluso en el poder que confiere la popularidad, la cual, las más de las veces, es efímera. Además, los privilegios disfrazados de beneficios sociales que millones de franceses —en este caso— han venido disfrutando desde hace no pocos decenios (los cuales fueron financiados en su mayor parte con deuda pública), quieren mantenerlos a toda costa.

Ese desencanto, pues, empezó a causar estragos en lo que a veces ha dado la impresión de ser casi una cruzada; en consecuencia, hay que bajarle tres rayitas y recapitular y evaluar lo logrado para empezar de nuevo, pero ya no de cero.

Esto que hoy vemos en Francia, ¿es único? ¿Acaso es imposible que se presente en otros países que enfrentan una situación que guarda grandes semejanzas con Francia? Semejanzas que pueden ir desde un triunfo electoral aplastante hasta enfrentar —el triunfador— a un Estado anquilosado, estructuralmente atrofiado que, de seguir por la misma ruta de los últimos decenios, correría el peligro de perder viabilidad.

El desencanto en Francia con Macron sería factible que pudiere presentarse en otros países; uno de esos sería, aun cuando nos neguemos a aceptarlo, el nuestro.

Aquí, el ganador obtuvo una aplastante victoria y enfrenta, al igual que en las tierras galas, un Estado atrofiado con severos problemas estructurales y, elemento crítico para México, decenas de millones acostumbrados desde hace decenios a la dádiva y el subsidio y, dicho de manera clara, a vivir descaradamente del erario.

Ante la posible reacción en su contra, producto del desencanto de decenas de millones, ¿qué haría López? (¿Seguimos el miércoles?).Información Excelsior.com.mx

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