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¿Nadie sabe para quién trabaja?

Por Víctor Beltri

“Sin cambiarle ni una coma”, exigió el Presidente de la República al Congreso, al someter a su consideración el Presupuesto de Egresos de la Federación para el próximo año. Un presupuesto absurdo, que no responde a los intereses de la nación, sino a los de una sola persona, y su —muy particular— visión de lo que debería ser el país.

El presupuesto se aprobó hace unos días, sin cambiarle ni una coma, entre aplausos y “mañanitas”. El absurdo continuará un año más, y los recursos para el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas o el aeropuerto en Santa Lucía están garantizados, a pesar que su viabilidad no rebasa la de una estrategia política. El Tren Maya, en realidad, no va a ninguna parte; la refinería quedará rebasada por los autos eléctricos, el aeropuerto no servirá más que como una base para operaciones de carga.

La evidencia está a la vista de todos, aunque pareciera que sólo puede advertirla quien esté dispuesto a aceptarla. Para el resto es más sencillo dejar de pensar, repetir consignas, asumir que la popularidad de un mandatario será suficiente para justificar sus errores por siempre. Los diputados de la 4T cumplieron con el capricho del Presidente, aunque —tras los festejos— la realidad se encargará de abofetearlos de nuevo. La gente sigue muriendo por la pandemia, los puestos de trabajo se pierden, los medicamentos no llegan; los niños con cáncer siguen sin tratamiento, los feminicidios aumentan, la clase media desaparece. Los legisladores, mientras tanto, sólo esperan que su pastor esté contento. Como buen rebaño.

La oposición —mientras tanto— continúa pasmada ante una situación que no comprende. Los partidos políticos se ahogan en sus propias crisis, y se enfrentan a divisiones internas provocadas por sus propios dirigentes, aferrados al poder; la sociedad civil no se atreve a levantar la cabeza, y se refugia tras unas cuantas figuras cuya agenda personal nadie conoce a ciencia cierta.

Es lo que hay, es cierto, pero no es lo suficiente para ganarle a Morena. La evidencia está a la vista de todos, aunque sólo pueda advertirla quien esté dispuesto a aceptarla: en la configuración actual, el único beneficiario de los pleitos al interior de los partidos es el Presidente de la República. La alianza se tambalea y, entre un PRD exangüe, un PRI que se apresta a ejercer de bisagra y un PAN que no es capaz de convencer —ni siquiera— a su propia militancia, será muy difícil construir una candidatura capaz de triunfar sin hacer más grave la polarización entre la ciudadanía: es preciso entender que, a pesar de lo seductor que pudiera sonar en términos electorales, en el momento en que cualquier candidato opositor ofrezca órdenes de aprehensión, como promesas de campaña, todos habremos perdido. En este momento, más allá de quién gane o pierda, lo importante es garantizar una transición pacífica que nos permita salir de esta pesadilla.

Es lo que hay, dijimos, pero no es lo suficiente para ganarle a Morena sin provocar una guerra civil en el camino. Es momento de estadistas, que no de pastores. La oposición no es un rebaño, y sus dirigentes se equivocan al exigir lealtad absoluta por parte de la militancia: para poner un ejemplo basta y sobra la reciente desbandada panista en el Senado. En este sentido, la presidencia de Marko Cortés se ha convertido en un lastre no sólo para su partido, sino para la democracia misma.

El PRD no tiene fuerza; en el PRI no se puede confiar. La debacle en el PAN se agrava, y la obcecación de Marko Cortés por seguir en el poder se ha convertido en el factor que podría desintegrar no sólo al partido, sino a la alianza opositora entera. Nadie sabe para quién trabaja. O quizá sí. Información Excelsior.com.mx

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