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¿Por qué tantas inexactitudes?

Por Ángel Verdugo

En política, cuando se actúa desde la jefatura del Estado o del gobierno, la responsabilidad en cuanto al discurso del político aumenta —casi exponencialmente—, frente a la que privaba y era permitida durante la campaña por obtener el voto ciudadano. La inclinación a exagerar, junto con privilegiar el amarillismo son la norma en las campañas mientras que, ya en la gobernación, la prudencia y la mesura, así como el respeto del adversario sería lo esperado.

En México —y en no pocos países latinoamericanos—, esta distinción parece —las más de las veces— no existir o cuando menos, luce poco clara o borrosa. Esta conducta del que ya gobierna, lejos de ayudar a cerrar las heridas propias de la campaña, o las mantienen abiertas o las agranda.

En la política que se practica en las democracias, nadie se sorprende de la cantidad de mentiras que se expresan o se lanzan en contra de los adversarios; jamás se exige la corrección de aquéllas y, cuando las quejas ante la autoridad desembocan en la exigencia al que las expresó en la corrección de sus dichos o la disculpa obligada o una multa, la elección había sido resuelta y el triunfador estaba ya al frente del puesto para el cual fue elegido.

Entre más imperfecta es una democracia, más fácil y aceptable es caer en las inexactitudes o en la media verdad o en la media mentira. De ahí que los políticos profesionales expresen, una y otra vez, que el que no esté dispuesto a mentir, nada tiene que hacer en la política.

Debe decirse también, que en no pocas ocasiones la realidad obliga al político y/o al gobernante, a no decir la verdad. Esto, para todo aquél medianamente conocedor de la política, nada nuevo le dice; sin embargo, para millones de los que desconocen qué es y cómo se practica la política real, las primeras palabras de este párrafo son una herejía.

Sin embargo, como suele decirse también coloquialmente, podrán decir misa, pero esas palabras representan la realidad de lo que es la política y como dice el viejo refrán, quien no quiera ver fantasmas, que no salga de noche. Esto no significa, en modo alguno, que haya que mentir siempre en relación con todos los temas de la gobernación. Dicho de otra manera, las inexactitudes deben encajar adecuadamente en el discurso; deben fortalecer la gobernación y atraer las simpatías y el apoyo de los electores y de los agentes económicos privados.

No decir la verdad entonces, no lo es todo en la gobernación y, si en ciertos temas críticos de la gobernación el gobernante debiere esconder o no expresar elementos que causarían un daño de índole cualquiera, debe cuidar las formas con tal estilo y categoría, que sus dichos deberán parecer verdades.

Viene a cuento lo planteado en los párrafos anteriores, por lo que vemos en México desde hace años, en lo que se refiere a los dichos de candidatos y gobernantes. Es más, cuando el que gobierna no cuida su discurso, sus colaboradores lo copian y, faltos del sentido de mesura y prudencia caen en los excesos verbales que tanto daño hacen a la gobernación.

Pregunto ahora, ¿en verdad le gusta al ciudadano que, siempre y por encima de todas las cosas, el gobernante y sus colaboradores le digan siempre la verdad sin matiz alguno? No estoy de acuerdo con quien así piense; pienso que las más de las veces, el elector y/o el gobernado desea y favorece y aplaude el discurso suave que intenta cubrir la ofensiva realidad con una pátina rosa, agradable.

En México se abusó de esta forma de comunicar entre candidato y electores, y la que se daba entre el gobernante y los gobernados; ahí están los años del dorado autoritarismo y el partido casi único como prueba de lo que afirmo. ¿Fue bueno y productivo para la democracia esta conducta? Si nos atuviéremos al desenlace de la apertura económica obligada en 1987 y los resultados electorales a partir del año 2000, diría que aquella comunicación fue contraproducente, benéfica en lo inmediato, pero desastrosa en el mediano y largo plazos.

El mundo cambió, y México con él; hoy, no pocos de nuestros políticos, de todos los partidos, parecen no haber entendido y menos aceptado, que urge una nueva forma de comunicar de la clase política y también, una nueva actitud del ciudadano frente a lo que considera la obligada objetividad del gobernante.

Y usted, ¿qué prefiere del gobernante, el rosa que todo dulcifica, o el negro de la cruda realidad? Información Excelsior.com.mx

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