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¿Qué sigue? ¿Más golpeteo y desprestigio permanente?

Por Ángel Verdugo

Sin decir agua va, desaparecieron sus nombres y cesaron, como por arte de magia, las acusaciones de haber recibido tantos más cuantos millones de éste o de aquél; asimismo, desapareció el tema de la Reforma Energética y su aprobación, no por ser útil al país sino por los sobornos que recibieron —prácticamente—, todos los legisladores que dieron su voto favorable a dicha reforma.

Ambos temas desaparecieron de la agenda política de manera incomprensible, dada la gravedad de las acusaciones y la enjundia con la que no pocos aseguraban que todo aquello era, sin temor a exagerar, una verdad axiomática. Los dichos que incriminaban a un buen número de adversarios políticos del Presidente, hoy forman parte de la historia y en un descuido, del basurero de la historia.

¿Qué explica ese giro de 180º por parte de quienes, no hace mucho, se lanzaron cual niños héroes envueltos en las banderas de la pureza y la honradez acrisolada con el único afán, afirmaban, de que se hiciera justicia? Si bien sorprendió a no pocos ingenuos su verbo encendido en favor de la honradez y la transparencia, más sorprendente fue la nula aportación de prueba alguna que probara sus dichos.

Hoy, varios días después de la exhibición de defensa de la pureza y la honradez que dieron aquellos aguiluchos, libres todos ellos de la menor sospecha y sin mancha alguna en su desempeño durante un buen número de años en el sector público, nada se ha sabido. Ninguno de ellos recuerda el tema y tampoco, más inexplicable aún, la Unidad de Inteligencia Financiera ni la Fiscalía General de la República.

El mutismo de éstas últimas lleva, mal pensado que es uno, a concluir que el fin buscado por aquellos honrados servidores públicos era, más que la búsqueda de justicia, el desprestigio de algunos de los más relevantes adversarios políticos —reales o potenciales— del Presidente y algunos de ellos, muy posiblemente, candidatos a una diputación federal en la elección intermedia de junio del año 2021.

La politización de la procuración de justicia es una de las características más visibles de la gobernación actual; ante la participación política activa de Calderón, se arma una campaña sistemática y permanente de descrédito e insultos con miras, hoy es más que evidente, a impedirla.

Las críticas-denuncias sin prueba alguna, llaman la atención por algo tan simple como incomprensible: ahora resulta que todo lo malo, criticable y perseguible se dio durante el gobierno antepasado: de diciembre del año 2006 a noviembre del 2012. ¿Esa conducta del actual gobernante y sus cercanos significa entonces, que todo lo hecho en el gobierno siguiente (de diciembre del año 2012 a noviembre del 2018), fue acertado e impoluto?

Las cosas, evidentemente, no fueron así; ni todo lo hecho durante el gobierno de Calderón fueron errores y lo peor de lo peor, y tampoco lo hecho durante el gobierno de Peña fue perfecto. La conducta del actual Presidente y el uso faccioso de las instituciones de procuración de justicia tienen, para decirlo suavemente, otros fines; estos, están muy alejados de una búsqueda real de la procuración de justicia.

Dada la experiencia acumulada del desempeño de los últimos 20 años de quien hoy gobierna, no hay espacio para la duda: se trata de acabar con los adversarios políticos, reales o inventados. Si para ello hay que politizar la justicia, lo hará; además, si para ello hay que prostituir la labor de las instituciones encargadas de la procuración de justicia, también lo hará.

Ante esta conducta manifiesta de palabra y hechos, la pregunta surge imparable: ¿tendrá éxito esta estrategia, cuyo único fin es claro y manifiesto: nulificar políticamente al adversario? Mi opinión al respecto, es que no.

Hace 40 años no habría dudado en afirmar que sí pero, dadas las nuevas condiciones de apertura económica e incorporación a la globalidad, la creación de un sistema de partidos y la construcción de una institución como el IFE-INE, el éxito de aquélla me parece hoy, en el mejor de los casos, dudoso, cuando no un rotundo fracaso.

Buscar acabar al adversario con una campaña de desprestigio y golpeteo sistemático y permanente, no es positivo para la democracia ni para la hoy amenazada estabilidad política; tampoco, para recuperar la confianza perdida en este gobierno y sus decisiones. ¿Por qué entonces insistir en ella? ¿Obsesión enfermiza? Posiblemente. Información Excelsior.com.mx

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