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Supongamos, por un momento

Por Víctor Beltri

Supongamos, por un momento, que los planes del Presidente mexicano se consolidan: el aeropuerto se construye a tiempo, la refinería produce sus primeros barriles, el Tren Maya inicia operaciones en las fechas programadas. Todo de acuerdo a lo previsto, tal cual.

Supongamos que todo funciona. Los vuelos —escasos— fluyen, la relación continúa de acuerdo a lo previsto en los primeros acuerdos internacionales posteriores a la Gran Guerra. Supongamos —hagámoslo— como si todo funcionara. Supongamos que todo funcionara como si viviéramos de nuevo, bajo la gran demagogia.

Supongamos que tuviéramos un pueblo incólume, cuya voluntad no pudiera ser movida sino por un líder incólume y moral. Supongamos que dicho líder contara con los símbolos necesarios para su lucha, supongamos que la oposición fuera capaz de convocar, en su entorno, a las figuras capaces de oponer un frente verdadero.

Supongamos que ganara, y pensemos en lo que haría. Supongamos, por un momento, que el pueblo lo respaldara —en masa— en su consulta por la revocación de mandato; supongamos, de nuevo, que sus designios se impusieran, y la regenta terminara en la boleta presidencial de 2024.

Supongamos que ganara, supongamos que perdiera. En el primer escenario —y aunque la victoria de la oposición fuese arrolladora— quien no ha podido demostrar que tiene ideas propias ni soluciones realistas para los problemas que enfrenta. Ahora se deja querer, levanta la mano, se pone un uniforme de beisbolista si es necesario. Cualquier cosa, con tal de obtener la candidatura. ¿Qué hará, cuando —oficialmente— la obtenga y tenga que luchar en contra de sus adversarios?

¿Qué podrá hacer? ¿Cómo explicar —y justificar— en el futuro las políticas con las que ella misma no ha estado de acuerdo? Quien llegue a la Presidencia por el partido oficial, en 2024, se verá obligado no sólo a respaldar los acuerdos con los gobiernos anteriores —¿se atreverían, por fin, a tocar a Peña?—, sino también las decisiones que en estos momentos se siguen definiendo. ¿Qué tanto le afecta el subsecretario a quien tiene planes viables? ¿Estará dispuesta, la jefa de Gobierno, a seguir defendiendo a López-Gatell? ¿Qué tanto le afecta al margen de maniobra?

¿Qué podrán cambiar, qué se podrá corregir? ¿Qué tanto pesará —en un partido que pretende seguir nadando entre tiburones— la figura de quien percibe como una pérdida cualquier intención de discutir sobre su legado? ¿Cuál sería el margen de maniobra de una persona así? ¿Cuáles podrían ser las propuestas de un hombre que no supo entender el momento en el que le tocó el poder, y se ha empeñado en regresar a una realidad de hace cuarenta años?

¿Qué tanto podría —y a cuánto llegaría el atrevimiento— de quienes se han asumido como los garantes fifís de una democracia que la sociedad misma no les reconoce? El periodismo no es tan sólo un repositorio de intenciones, sino también el momento específico en el que las intenciones confluyen para hacer sentido: el momento en el que la realidad se intercala con la sociedad. Un momento específico, un instante en el que todo hace sentido: con las costumbres de casa las definiciones ideológicas no sólo se diluyen, sino que los motivos personales terminan por olvidarse.

Los lugares a los que acudíamos en busca de un entorno común se diluyen, la esperanza que conservamos se concreta en lo que tuvimos, y no en lo que llegaríamos a ser. Estamos, como siempre lo hemos estado, nadando entre tiburones.

Tiburones enfocados —depredadores que acechan en lo corto— que han sido capaces de identificar, en el debate cotidiano, las deficiencias de quien tan sólo cuenta con la tribuna pública. ¡Bravo!, dirá quien no cuenta con más argumentos que el puesto de su propia realidad; ¡Bravo!, repetirá —incansable— quien no tenga más sustento que el de apoyarse en sus propias palabras. ¿Y si nos animamos, y cambiamos el mundo? Información Excelsior.com.mx

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