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Trump y el equilibrio de Nash

Por: Víctor Beltri

Las cartas están sobre la mesa, y el juego es claro tras la pifia elemental cometida por la administración Trump al soltar, primero, la especie de que Estados Unidos se retiraría del TLCAN y, tan sólo unas horas después, retractarse buscando salvar cara con el pretexto, absurdo, de que había cambiado de opinión tras recibir la llamada de los presidentes que le son simpáticos.

Absurdo y, sin duda, revelador. Donald Trump no sabía, en realidad, el impacto que una decisión así tendría en la economía de su propio país: de haberlo sabido, y considerado benéfico, estaría cometiendo un acto de traición al perjudicar los intereses de su pueblo por sus propias simpatías. Todo lo contrario: el anuncio correspondía a las burdas técnicas de negociación de quien, como sugerimos en estas páginas (Trump no tiene ni puta idea; Excélsior, 30 de enero de 2017), carece de las nociones más elementales de cómo ejercer el poder inmenso que detenta.

Lo que Trump aprendió durante las horas que transcurrieron hasta que hizo el anuncio con el que, a la vez, se abría un poco más la puerta de salida a Steve Bannon, es que lo que consideraba como una posición de poder no es tal: una eventual salida del tratado sería tan perjudicial para sus fines que estuvo dispuesto a sacrificar lo que, creía, sería el gran anuncio de sus cien días. Un anuncio que, en cambio, terminó en la afirmación balbuceante de que estuvo a punto de hacerlo. A punto, sí, pero no se atrevió.

No se atrevió porque se dio cuenta de que no tenía cómo respaldar una apuesta tan elevada, y al retractarse mostró su juego: Trump no tiene las cartas necesarias para lo que pretende lograr. Los demás jugadores lo saben, ahora, en un equilibrio de Nash en el que cada uno ha adoptado su mejor estrategia, conoce las estrategias de sus rivales y, ha quedado demostrado, ninguno de ellos se beneficia cambiando su estrategia en lo particular. Teoría de Juegos, pura y dura: no es posible predecir el resultado de un proceso de toma de decisiones analizando cada una de forma individual, sino que debe de tenerse en consideración el sistema completo. Al hacerse público que Trump no está dispuesto a asumir el costo de la salida del TLCAN, queda claro que la única solución es que los rivales cooperen entre sí. Que negocien.

Unas negociaciones que, por otro lado, son más que necesarias: más allá de las repercusiones a corto y mediano plazos, es preciso sentar las bases de funcionamiento de un bloque económico que tendrá que enfrentar el reto tremendo de la automatización y los problemas sociales que traerá consigo. Ninguno de los tres países es capaz de hacerle frente, por sí mismo, a los desafíos de la nueva economía con éxito: los errores de la globalización no se remedian con nacionalismos conservadores, sino con multilateralismos eficaces.

Lo que hace cien días era un peligro de dimensiones y alcances insospechados, hoy se muestra en su justa medida. El muro no tiene ni pies ni cabeza, y el TLCAN es tan necesario para un país como lo es para los otros dos, aunque es preciso ajustarlo para corregir sus defectos e incluir los temas que quedaron pendientes hace veinte años. El nuevo acuerdo debe de incluir derechos y obligaciones para los tres países, no sólo en lo económico y lo comercial: es urgente tomar acciones para mejorar la condición de vida de los estratos más necesitados de la sociedad.

La estrategia ha funcionado, ya sea por aciertos propios o errores del adversario. El resultado —hasta el momento— es positivo, y permite plantear las negociaciones en unos términos de igualdad en los que, hace tres meses, nadie hubiera creído: ahora sabemos, al menos, a qué estamos jugando. Información Excelsior.com.mx

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