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¿Por qué aquí no, y allá sí?

Por Ángel Verdugo

La detención en Estados Unidos del Gral. Salvador Cienfuegos dará, sin duda, mucho de qué hablar en los próximos meses; además de la “defensa patriótica” y argumentos de índole diversa para desacreditar la acción del Departamento de Justicia de aquel país, hay algo que rebasa, con mucho, la suerte que enfrenta hoy el exsecretario de la Defensa.

Ese algo que podría resumirlo en la pregunta del título: ¿Por qué aquí no, y allá sí? ¿Qué explica que en un buen número de casos, relevantes por decirlo de alguna manera, no haya en México investigación alguna de quienes la justicia norteamericana investiga, persigue y detiene y los somete a juicio? ¿Estará aquélla totalmente equivocada, y las detenciones son un recurso cuyo objetivo único es desprestigiarnos como país, al pretender exhibirnos como cómplices y protectores de quien ellos ven como criminales de la peor ralea?

Fuere cual fuere la explicación de las decisiones de la justicia de Estados Unidos, hay un elemento que no podemos ni debemos callar: la impunidad con la cual actúan aquí no pocos personajes relevantes, sean servidores públicos o delincuentes conocidos e incluso, fueren militares en activo o en retiro, o civiles.

Mientras allá los expedientes son abultados, resultado de una investigación llevada a cabo durante años —con el sigilo obligado—, aquí lo único que se declara —una vez que han sido detenidos en Estados Unidos o presentada la solicitud de extradición al gobierno mexicano—, es que en aquí no hay investigación alguna del presunto delincuente.

Ante esa conducta —que desde hace años no sorprende, ni aquí ni allá—, la imagen de nuestro gobierno en materia de persecución efectiva de delitos de alto impacto cometidos por funcionarios y/o personajes famosos de la delincuencia, luce ya tan abollada que, aún ante la verborrea más elaborada, es imposible de ocultar o siquiera maquillar. Hoy, esa imagen se ha degradado más por la estrategia de la actual administración que se ha convertido, hay que decirlo, en motivo de mofa y descrédito en México y Estados Unidos y otros países; también, en las páginas de los principales medios más influyentes del mundo.

¿Es importante (en la era de las economías abiertas y la globalidad, en la cual México es actor desde hace más de 30 años de manera significativa), construir una imagen positiva en materia de combate a las bandas delincuenciales de diversa índole? Es más, ¿es un elemento importante en los esfuerzos realizados por el sector público y el privado para atraer inversión extranjera al país? ¡Sin duda!

Volvamos ahora a la pregunta del título: ¿por qué aquí no, y allá sí?, y tratemos de responderla con objetividad, sin patrioterismo; hacerlo es un deber, y tarea imperativa por la profundidad y presencia que han alcanzado los grupos delincuenciales en vastas regiones del país que gozan hoy, imposible negarlo o eludir el tema, del apoyo y complicidad de autoridades diversas cuando no de una impunidad que ofende al más corrupto de los políticos, sean gobernantes, funcionarios o legisladores.

Asimismo, no caigamos en el juicio interesado de los defensores oficiosos; éstos, por compromisos inconfesables, desestiman toda acusación, antes incluso que el proceso mismo hubiese comenzado. Sin embargo, los favores recibidos —a veces durante años— obligan a dar fe de lealtad al que los colmó de beneficios de toda índole. Por otra parte, las poses patrioteras de nada sirven en estos casos; menos, como dije, prestar atención a las voces interesadas en defender a éste o aquél.

Hacernos los desentendidos y fingir que nada pasa, así como reiterar los lugares comunes de “incorruptibilidad” de instituciones las cuales, a contracorriente de una realidad imposible siquiera de maquillar, de nada sirve otorgarles certificados de “buena conducta”; es más, ni siquiera les son útiles a los que se han beneficiado de sus apoyos.

El destino nos alcanzó, para decirlo con el viejo lugar común. En los tiempos que corren, en un país donde gobierno y gobernados han hecho de la corrupción su razón de vivir, afirmar que los incorruptibles —hoy desnudados y exhibidas sus imperfecciones morales— son una creación “neoliberal”, sólo eleva el nivel del ridículo.

¿Qué queda? Aceptar lo que somos y cómo somos, y de ahí partir para combatir con seriedad lo que durante decenios estimulamos. Cualquier otra conducta nos desprestigiaría aún más. Información Excelsior.com.mx

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